Silenciosos e imponentes, estos maravillosos seres nos hablan sobre el arte de ser (no de parecer).
“¡Qué fuertes, vitales y resistentes! ¡Qué silenciosamente elocuentes! Qué ejemplo de imperturbabilidad y de ser, a diferencia del humano acto de parecer. Son palpables, artísticas, heroicas las cualidades del árbol; tan inocentes e inofensivos y al mismo tiempo tan salvajes. El árbol es y, sin embargo, no dice nada.
Al respecto del árbol y su heroica vida, de su secreto lenguaje, el poeta extrajo lecciones que vale la pena considerar:
Una lección sobre acercarse a un árbol —tal vez, la lección moral más grandiosa que también pueden darnos la tierra, las rocas, los animales— es aquella que les es inherente sobre ser, sin importar lo que quien lo observa (el crítico) supone o dice, si le agradan o no. ¿Qué cosa peor que aquello que nos aqueja a todos, en nuestra educación, nuestra literatura, nuestra actitud hacia los demás (incluso hacia nosotros mismos): el mórbido esfuerzo de parecer (por más temporal que éste sea), eso que implica olvidar, total o parcialmente, las verdaderas y perennes partes del carácter, de los libros, de la amistad, del matrimonio —los cimientos invisibles de lo humano, lo que nos fusionan los unos a los otros? (Pues lo realmente elemental, lo que nos hace ser compasivos, lo que nos une al resto de la humanidad y que deja su marca indeleble en todo, es necesariamente invisible).
Así, el poeta estadounidense fue capaz de dotar a estos maravillosos seres con una condición que los convierte en maestros silentes que, paradójicamente, tienen mucho que decirnos. Finalmente, los árboles nos hablan sólo si tenemos la lucidez para escucharlos:
La ciencia (o la ciencia a medias) se mofa de las reminiscencias de las dríades y hamadríades [ninfas y seres del la antigüedad griega que habitan dentro de los árboles], de los árboles que hablan. Pero si éstos no departen a través de sermones o poesía, lo hacen de mejor manera. Yo diría que esas viejas reminiscencias de las dríades son más verdaderas y profundas que cualquiera de las otras que nos rodean.
Finalmente, el poeta estadounidense supo explicar la sapiencia de los árboles (de los que tenemos tanto que aprender), esa magia que los envuelve y que está disponible para todos nosotros, si sabemos escucharla.