Lecciones de autenticidad que pueden darnos los árboles

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Silenciosos e imponentes, estos maravillosos seres nos hablan sobre el arte de ser (no de parecer).

La infinita modestia de los árboles con frecuencia nos hace olvidarnos de su existencia. Además de la discreción, hay pocas virtudes más poderosas que la autenticidad, el tener la capacidad de ser nosotros mismos en cualquier situación y contexto. Los árboles, considerados por Walt Whitman seres “tan inocentes e inofensivos, y al mismo tiempo tan salvajes”, son criaturas que, más allá de brindarnos alegría y belleza, nos hablan en un idioma atemporal y son, de acuerdo a lo que sostenía el poeta, reflejos formidables e improbables de lo más noble del carácter humano.Cuando Whitman tenía 54 años, una década después de su participación como enfermero en la Guerra Civil —suceso que despertó en el poeta interés en la conexión que existe entre el cuerpo y el espíritu—, éste sufrió un infarto cerebral que lo dejó paralizado, algo de lo que le tomaría años recuperarse. Durante esta época, Whitman hacía visitas frecuentes a lugares abiertos para tomar aire fresco y disfrutar de la naturaleza; él creía que este contacto con el mundo natural había sido responsable de su curación. El registro de esos días de convalecencia puede consultarse en su libro Specimen Days, una hermosa colección de ensayos y pensamientos acerca de la vida (posteriores a su participación en la guerra), lo más cercano que tenemos a una autobiografía del escritor.

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Durante este periodo, Whitman también solía escribir en el bosque, pues los espacios abiertos y la naturaleza lo inspiraban (una muestra del espíritu profundamente romántico de este visionario artista). Un verano de 1876, cuando se encontraba frente a su árbol preferido —un álamo de hojas amarillentas que medía casi 30 metros—, fue testigo de la autenticidad de aquel árbol, un ser que no guardaba apariencias, que solamente era:“¡Qué fuertes, vitales y resistentes! ¡Qué silenciosamente elocuentes! Qué ejemplo de imperturbabilidad y de ser, a diferencia del humano acto de parecer. Son palpables, artísticas, heroicas las cualidades del árbol; tan inocentes e inofensivos y al mismo tiempo tan salvajes. El árbol es y, sin embargo, no dice nada.

Al respecto del árbol y su heroica vida, de su secreto lenguaje, el poeta extrajo lecciones que vale la pena considerar:

Una lección sobre acercarse a un árbol —tal vez, la lección moral más grandiosa que también pueden darnos la tierra, las rocas, los animales— es aquella que les es inherente sobre ser, sin importar lo que quien lo observa (el crítico) supone o dice, si le agradan o no. ¿Qué cosa peor que aquello que nos aqueja a todos, en nuestra educación, nuestra literatura, nuestra actitud hacia los demás (incluso hacia nosotros mismos): el mórbido esfuerzo de parecer (por más temporal que éste sea), eso que implica olvidar, total o parcialmente, las verdaderas y perennes partes del carácter, de los libros, de la amistad, del matrimonio —los cimientos invisibles de lo humano, lo que nos fusionan los unos a los otros? (Pues lo realmente elemental, lo que nos hace ser compasivos, lo que nos une al resto de la humanidad y que deja su marca indeleble en todo, es necesariamente invisible).

Así, el poeta estadounidense fue capaz de dotar a estos maravillosos seres con una condición que los convierte en maestros silentes que, paradójicamente, tienen mucho que decirnos. Finalmente, los árboles nos hablan sólo si tenemos la lucidez para escucharlos:

La ciencia (o la ciencia a medias) se mofa de las reminiscencias de las dríades y hamadríades [ninfas y seres del la antigüedad griega que habitan dentro de los árboles], de los árboles que hablan. Pero si éstos no departen a través de sermones o poesía, lo hacen de mejor manera. Yo diría que esas viejas reminiscencias de las dríades son más verdaderas y profundas que cualquiera de las otras que nos rodean.

Finalmente, el poeta estadounidense supo explicar la sapiencia de los árboles (de los que tenemos tanto que aprender), esa magia que los envuelve y que está disponible para todos nosotros, si sabemos escucharla.

Palo Santo: sobre el perfume medicinal de un árbol

Se dice que su “madera sagrada” facilita la autosanación por medio del aroma de la naturaleza.

Según Helen Keller el olfato es “un poderoso mago que te transporta a través de miles de kilómetros y de todos los años que has vivido”. Se trata del único sentido directamente interconectado con las emociones gracias al lóbulo límbico de nuestro cerebro, y el único de los sentidos también que nunca duerme –de ahí que esté íntimamente relacionado con los sueños lúcidos. Por estas razones, cuando recibimos un estímulo literalmente encantador, por ejemplo el Palo Santo, y luego encausamos esa experiencia sensorial en un contexto terapéutico, concretamente una sesión de aromaterapia, la experiencia resulta no sólo sublime, sino bastante efectiva.Hallado en Sudamérica, el Palo Santo o “madera sagrada” es el nombre con el que se conoce al bursera graveolens. Se trata de un árbol mágico de extraordinarias virtudes medicinales, cuyos compuestos esenciales se encuentran en el aroma que exuda la leña una vez quemada o destilada. Siglos atrás, chamanes incas y curanderos de las montañas de los Andes propagaron su don purificador y protector. Entre los indígenas maskoy se cree que el humo de una fogata con Palo Santo ahuyenta a malos espíritus del pueblo –la claridad con la que se manifiestan sus llamas así lo confiere.

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En aromaterapia es comúnmente utilizado a manera de aceites esenciales, obtenidos mediante una destilación a vapor de su tronco. Su aceite, colocado directamente en la nariz o quemado mediante un vaporizador, sirve para liberar tensiones relacionadas con el estrés y la depresión.

A diferencia de otras plantas o árboles de los cuáles se extrae tradicionalmente incienso, el Palo Santo requiere únicamente de encender un pequeño trozo de madera seca para que éste libere una columna de humo que termina envolviendo la atmósfera. A este humo aromático que libera la madera se le atribuye la capacidad de aumentar vibraciones en el cuerpo, por lo que se recomienda emplearlo al momento de iniciar una meditación

El Palo Santo es tan rico en propiedades que cada parte del árbol puede aprovecharse para distintos fines, incluidas funciones depurativas, sedantes, antisépticas, antiinflamatorias, diuréticas y anticarcinógenas. Ya en un plano metafísico, ciertos grupos lo consideran un efectivo repelente de energías negativas.

Cabe resaltar que sólo se puede disfrutar de sus beneficios ya que han transcurrido entre 4 y 10 años a partir de que su tronco muere. Generalmente los recolectores de Palo Santo reúnen sólo aquella madera que encuentran en el suelo, procedente de árboles que han muerto de forma natural. Esto le concede una especie de ánima distinta, una que nos regala todo lo absorbido por el árbol en el bosque, y que nos permite aprehender estas maravillas a través de ese delicado puente que se tiende entre él y nosotros: su aroma.

*Imagen via awildpoppy.com
Fuente: http://www.faena.com/

 

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