El Alma, la Reencarnación y el Plano Astral

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Una Breve Historia de los Conceptos del Alma, de la Reencarnación y del Más Allá en las Culturas Antiguas

¿De dónde viene nuestra conciencia antes de nacer en este mundo físico? ¿Qué sucede al fallecer el ser humano? ¿A dónde vamos tras la muerte? Éstas son las grandes preguntas de cualquier hombre filosófico. A lo largo de la historia de la civilización los sabios de renombre de todas las épocas se han planteado estas preguntas tan esenciales y las grandes tradiciones espirituales, religiosas, filosóficas y esotéricas han buscado ofrecer respuestas detalladas al respecto. Antes de abarcar este tema vamos a echar un vistazo muy breve a la historia de los conceptos del alma, de la reencarnación y de la vida de ultratumba e indagar un poco en la religión comparativa.

Primero me gustaría comparar la esencia del alma y recalcar la diferencia al respecto entre el relato de la creación mesopotámico (Enkista) y la versión bíblica posterior (Anuista). Si comparamos las dos versiones, pronto nos damos cuenta de que sus conclusiones respectivas son esencialmente contrarias.

En el Poema de Atrahasis, el relato sumero-acadio de la creación del hombre y del diluvio cuyos manuscritos más tempranos tienen una antigüedad de casi cuatro milenios, se relata que el hombre, la creación de Enki, fue formado en la arcilla del Abzu, mezclado con la sangre de un dios y otorgado un alma divina que, según Enki, lo presentaría siempre vivo aún después de su muerte (Atrahasis 1:221-230).

Por otro lado, el Génesis bíblico, una refundición tardía y altamente tergiversada de la versión mesopotámica original, enseña lo contrario implicando que el hombre es mantenido vivo sólo por el aliento de vida (alma) de Yahvé y al morir se le va ese sustento de vida y vuelve al polvo del cual fue formado (Génesis 2:7; 3:19).

Aquí la diferencia está bien clara. La versión politeísta enkista enseña que al hombre se le otorgó la naturaleza espiritual de los dioses y por lo tanto el alma humana es esencialmente inmortal. Por otra parte, la versión monoteísta anuista (jehovítica) cuenta el concepto judío bastante desalentador del más allá según el cual el difunto regresa a un estado de inexistencia y su única posibilidad de una nueva vida, la resurrección en términos teológicos, está en las manos del supuesto gran juez divino Yahvé.

¿Cuáles son las implicaciones de esto?

El concepto enkista del alma, el de la inmortalidad espiritual del hombre, es uno de libertad y de evolución individual que va muy vinculado con el objetivo de la vida desde la perspectiva del Enkismo. El hombre es libre para volver a encarnar en el mundo físico, gozar de la vida terrenal una vez más, continuar con el desarrollo de su alma y acercarse cada vez más al Opus Magnum: el alcance de la divinidad en nuestra trayectoria evolutiva natural. Recordemos que el alma sólo puede crecer cuando está encarnada en un cuerpo físico, pues el mundo material es el mundo de la acción. Sabiendo todo esto, la Serpiente del Edén, en realidad una representación bíblica de Enki el Ushumgal (Gran Serpiente) de la religión sumeria antigua, les aseguró a los humanos de que la amenaza de Yahvé (el día que comáis del fruto del conocimiento ciertamente moriréis) era mentira y añadió que Yahvé les había mentido porque él sabía que los hombres espabilarían y se volverían como los dioses (Elohim) al comer del fruto del conocimiento del cielo (Génesis 3:4-5). Y eso fue exactamente lo que sucedió según el mismo texto bíblico. Hasta Yahvé terminó admitiendo que el hombre ya era como uno de los dioses gracias al conocimiento divino impartido por la Serpiente (Génesis 3:22) y los siguientes capítulos de Génesis demuestran que el hombre no murió en el día que comió del fruto del Árbol del Conocimiento como había afirmado Yahvé sino que viviría casi mil años más (Génesis 5:5).

Por otro lado, la doctrina bíblica anuista de un alma destructible, finita y condenable es una de esclavitud y de estancamiento espiritual. Este concepto del alma humana luego formaría la base de las doctrinas horripilantes del juicio final y de la condenación eterna. La corriente judeocristiana promueve la creencia de que el hombre tiene una sola vida, su alma pertenece al ‘dios único’ del monoteísmo, al morir su hado está únicamente en las manos de su ‘juez divino’ y él tendrá todo el poder de condenarla al fuego por no haber seguido las enseñanzas de su ‘religión única’ en vida. ¿Pueden ver por qué la doctrina de una sola vida y de un alma mortal y dependiente de un supuesto ‘dios único’ como el Yahvé bíblico ha sido tan atractiva para la élite de las teocracias tiránicas de la corriente judeocristiana? Con dicha teología los líderes religiosos anuistas siempre les han infundido a sus víctimas un miedo descomunal y así los han sometido a una mentalidad de obediencia ciega a su supuesta autoridad. La religión judeocristiana siempre ha sido una religión de miedo y de chantaje emocional.

En fin, la visión del alma enkista que enseña que el ser humano está dotado de un componente espiritual que transciende la muerte física nos presenta con una gran esperanza de renacer como individuos y seguir el camino de nuestra evolución espiritual auténtica mientras la doctrina bíblica de que el alma sólo vive una vez, está sometida a la extinción completa y últimamente su hado está en las manos de un solo juez divino para toda la eternidad es una cárcel tenebrosa que nos somete al yugo de una religión opresiva a través del miedo y nos mantiene en la esclavitud psicológica de las entidades malévolas que nos quieren controlar.

La verdad es que mucho antes del concepto judío de la resurrección de los muertos seguida por el juicio divino (hacia el siglo 4 AEC) y de las doctrinas eclesiásticas posteriores del cielo y del infierno (los primeros siglos de la Era Común) muchas grandes religiones ancestrales y tradiciones esotéricas concebían que el alma humana era inmortal por naturaleza y algunas de ellas enseñaban de modo explícito que la esencia vital del hombre transcendía la muerte y volvía a renacer en otro cuerpo dentro de este mundo material. El concepto de la reencarnación era muy común en el mundo pagano pre-cristiano.

En la cultura egipcia antigua se creía que en el momento de la muerte física el Ka, la esencia vital y lo que corresponde al alma o espíritu en otras religiones, sigue vivo y viaja al mundo de ultratumba. Para los Egipcios, el Ka era un componente inmortal del ser humano. Algunos eruditos han sugerido también que la religión egipcia contenía vestigios de una creencia primordial en la transmigración de almas. Historiadores de la antigüedad como el teólogo romano Tertuliano y el sacerdote egipcio Manetón mencionaron en sus escritos que las enseñanzas del dios Thot en la religión egipcia antigua incluían la doctrina de la reencarnación del alma y ésas a su vez tenían su origen en la religión aún más antigua de Osiris que les fue enseñada a las civilizaciones humanas primigenias que existieron incluso antes del gran diluvio (Don Schorn, 2009i). Otros textos egipcios como el Papiro de Anana de la dinastía XIX hacen referencia a la transmigración de almas después de la muerte afirmando que «Los hombres no viven una sola vez y luego parten, sino que viven muchas vidas en muchos lugares, aunque no es siempre en este mundo» (Don Schorn, 2009ii). Recordemos que el dios egipcio Thot, un gran maestro divino de la teología, las ciencias esotéricas y los misterios, era idéntico a Ningishzidda, un hijo de Enki y una deidad del inframundo y de la sabiduría, en la religión sumeria. La doctrina de la reencarnación constituía un tema central en la religión egipcia pre-dinástica, se encontraba en un estado casi desfasado en la época dinástica cediendo ante el concepto del inframundo de los muertos y luego volvió a popularizarse a partir del siglo 6 AEC (Don Schorn, 2009iii).

En la religión hindú, la corriente espiritual milenaria de la India, se enseña que el Atman o el alma del hombre es eterno y vuelve a encarnarse en otro cuerpo después de la muerte. Las religiones orientales como el Hinduismo se caracterizan por la doctrina de Saṃsāra, el ciclo continuo de nacimiento, vida, muerte y encarnación, según la cual el alma vagabundea en este mundo y atraviesa por varios estados de existencia hasta encontrar el Moksha o la liberación del ciclo. Los registros escritos más antiguos de la doctrina de la reencarnación en la tradición religiosa índica se encuentran en el Rig Veda (Krishnan, 1997iv), un cuerpo literario compuesto alrededor de 1500 AEC, aunque el concepto puede haber tenido su origen en épocas pre-védicas (Laumakis, 2008v; Kaipayil, 2009vi). Es importante notar que el concepto de la reencarnación ha sufrido grandes cambios a lo largo de la historia de la religión índica. Por ejemplo, bajo la visión védica antigua la transmigración de almas solía considerarse nada más que el ciclo de la naturaleza y el alma se movía por su poder inherente mientras bajo la visión upanishádica posterior se enseñaba que el alma estaba atrapada en el ciclo poco deseable de Saṃsāra y reencarnaba en el mundo debido a la acumulación de su Karma (Krishnan, 1997vii; Laumakis, 2008viii). En fin, el Hinduismo de hoy es muy distinto a la espiritualidad hindú original y aunque se conserve la doctrina de la reencarnación aún sus enseñanzas al respecto se han corrompido bastante en las épocas pos-védicas y se han alejado de su esencia original.

Los conceptos de la inmortalidad del alma y de la reencarnación eran muy presentes también en las religiones esotéricas y la filosofía metafísica de la Grecia antigua. El metempsicosis, la transmigración del alma después de la muerte, fue enseñado por Sócrates (470-399 AEC) y luego popularizado por Platón (428-348 AEC), el fundador ateniense de la filosofía occidental, considerado el ‘Padre Occidental’ de la doctrina de la reencarnación (Don Schorn, 2009ix). Sin embargo, incluso antes del tiempo de Sócrates y Platón la enseñanza del metempsicosis ya estaba arraigada en el pensamiento metafísico de las escuelas esotéricas griegas. En el siglo 6 AEC Pitágoras de Samas y sus seguidores fundaron la escuela pitagórica y enseñaron un ‘conocimiento antiguo’ esotérico según el cual la transmigración de almas era una de las leyes naturales del universo (Don Schorn, 2009x). El Pitagorismo estuvo relacionado a su vez con la secta órfica aún más antigua cuya doctrina principal mantenía que el alma humana era de origen divino y por ende inmortal, pero estaba condenada a vivir durante un tiempo en un ciclo doloroso de reencarnaciones con el fin de aprender las lecciones de la vida, purificarse y volver a unirse con su creador divino (Don Schorn, 2009xi). Cabe decir que este concepto se asemeja bastante a las doctrinas del Saṃsāra, del Karma y del Moksha en el pensamiento religioso hindú de la misma época. En fin, el metempsicosis existió en el pensamiento esotérico y filosófico griego durante la antigüedad clásica y ciertamente tuvo su origen en una espiritualidad primordial subyacente de épocas pre-clásicas.

Otros pueblos indoeuropeos antiguos como los Celtas, los Teutones y los Nórdicos también incluían la doctrina de la transmigración de almas en sus prácticas religiosas. Los druidas, clase sacerdotal de la cultura celta, enseñaban que el alma humana sobrevive la muerte y vuelve a vivir una serie de vidas en distintos cuerpos (Koch, 2006xii). El mismo concepto se encuentra en las sagas nórdicas antiguas y se piensa que la creencia en la reencarnación era común entre los pueblos nórdicos antes de la influencia del Cristianismo en la edad medieval (Jakobsdóttir, 2002xiii). Del mismo modo, la enseñanza estaba muy extendida entre muchos pueblos no-indoeuropeos como los Mayas, los Incas, los Indios Norteamericanos y los Esquimales (Mills y Slobodin, 1994xiv), culturas indígenas que enfatizaban la naturaleza cíclica de este mundo.

Sin embargo, el concepto del más allá era muy distinto en la cosmovisión mesopotámica antigua. A diferencia de la cultura egipcia vecina que abrazaba una visión favorable y esperanzadora del mundo de ultratumba, los Acadios y los Babilonios tenían un concepto bastante deprimente y desalentador de la vida después de la muerte. Para los Mesopotámicos, en el momento de la muerte las almas de los difuntos descendían al Irkalla o inframundo, gobernado por la diosa Ereshkigal, donde estaban condenadas a vivir una existencia sombría y vacía como fantasmas sin distinción de que hubieran vivido una vida noble o una vida de deshonor. Esta doctrina se asemeja mucho a los conceptos del Sheol en la tradición hebrea posterior y del inframundo de Hades en la mitología griega. Así que se puede pensar que este concepto mesopotámico antiguo fue el precursor del infierno en la tradición cristiana (Lucas 16:19-31; 2 Pedro 2:4). El inframundo mesopotámico era un lugar de sufrimiento y de adversidades.

Pero queda una pregunta: ¿Si el más allá es nada más que una existencia sombría en las profundidades infernales entonces para qué Enki, el padre creador y benefactor de la Humanidad, le dio al Hombre un alma divina que lo presentaría siempre vivo aún después de su muerte? ¿Y para qué le habrá otorgado a Adapa (Adán), su hijo humano y su sacerdote más fiel, el gran conocimiento del cielo pero no la inmortalidad inmediata? Lo cierto es que aquí algo no encaja muy bien.

Debemos entender algo muy importante. Hasta recientemente se creyó que la visión del más allá mesopotámica fue constante y sin cambios significativos durante milenios; sin embargo, ahora podemos saber que no fue así realmente y por lo tanto es poco verosímil que los textos relativamente tardíos como el Descenso de Inanna al Inframundo y la Epopeya de Gilgamesh nos presenten con una reflexión certera de cómo eran las creencias del más allá en la religión sumeria temprana (Cohen, 2005xv). Tengamos en cuenta que muchos de los textos que presentan una visión lóbrega de un inframundo oscuro e inhóspito que supuestamente encarcela a las almas de todos los difuntos sin distinción de su nivel de moralidad en vida fueron compuestos en el segundo milenio después de la invasión de Anu-Yahvé y la destrucción de la civilización de Babel a manos de sus esbirros extraterrestres alrededor de 2000 AEC (véase Torre de Babel). Cuando los malvados Anuistas invadieron la Tierra por medios bélicos, desterraron a nuestros Dioses y destruyeron la civilización de Babel, ellos corrompieron muchas de las enseñanzas religiosas y suprimieron mucho del conocimiento antiguo del hombre. Anu-Yahvé y su camarilla malévola borraron cualquier noción de la reencarnación de la religión mesopotámica popular y reemplazaron la doctrina espiritual original por su concepto del más allá infernal.

La espiritualidad enkista impartida por la Serpiente en el Edén, la de la civilización divina de Babel y de las otras grandes civilizaciones primordiales fundadas por los Dioses originales de la facción serpentina, siempre ha enseñado los secretos divinos de la reencarnación, la ciencia sagrada de la Kundalini y el alcance de la divinidad. De hecho, desde tiempos antiguos la serpiente ha sido considerada como un símbolo del conocimiento divino, de las artes mágicas, del levantamiento de la Kundalini y también del ciclo de la reencarnación, pues justo como el alma deja su cuerpo atrás y se encarna en uno nuevo la serpiente muda de piel y toma una nueva forma. Cuando Enki le otorgó a Adapa el conocimiento de los dioses en vez del secreto de la inmortalidad material inmediata, él quiso que entendiéramos la inmortalidad del alma que él mismo nos dio y que conociéramos los secretos de su crecimiento y de su inmortalidad espiritual auténtica (el levantamiento de la Kundalini).

Por otro lado, la corriente doctrinal de los Anuistas siempre ha buscado inculcarnos las ideas de que no hay nada tras la muerte excepto una cárcel sombría y solitaria en el inframundo, una existencia vacía y de poca esperanza en un abismo de oscuridad, un juicio temido ante una autoridad divina y un castigo espeluznante a manos de entidades sobrenaturales. Esa visión horripilante del más allá no empezó con la doctrina del infierno en la tradición cristiana ni con el concepto del Sheol en el Judaísmo; los Anuistas ya habían pretendido dar un impulso a esa doctrina en varias religiones más antiguas como la mesopotámica desde su invasión de la Tierra hace unos 4000 años.

Las dos visiones del más allá han sido grandes rivales desde hace milenios e incluso mucho antes de la fundación de la religión judeocristiana. La enkista siempre ha sido un gran mensaje de esperanza y de renacimiento para la Humanidad mientras la anuista contraria ha sido nada más que una doctrina desalentadora y esclavizante. Dejaré que ustedes decidan cuál está a favor del Hombre y cuál es el adversario de nuestro crecimiento.

La Torre de Babel, la Invasión Anuista de la Tierra, Kali Yuga y el Fenómeno Arcóntico

A finales del tercer milenio sucedió un evento catastrófico que cambiaría la trayectoria de la historia de la Humanidad para siempre. En aquel tiempo fatídico la leyendaria civilización de Babel, el último baluarte verdadero de la corriente espiritual enkista auténtica ubicado en el corazón de Mesopotamia, fue destruida por invasores malévolos de origen divino y mucho del gran conocimiento espiritual antiguo de nuestros Dioses fue suprimido y condenado al abismo del olvido. Aquel suceso afectaría nuestro ciclo de reencarnación de modo muy negativo.

En el Génesis bíblico el mismo acontecimiento se relata como el mito de la Torre de Babel. La Biblia cuenta que cuando los sabios provenientes del este se asentaron en la tierra de Sinar (Sumeria) cuyo rey era el gran cazador Nimrod, construyeron allí una ciudad y empezaron a edificar una gran torre cuya cúspide llegaba al cielo, Yahvé de los Elohim vio que todo el mundo hablaba una sola lengua, se dio cuenta de que los hombres habían comenzado la obra, descendió a la Tierra acompañado por sus secuaces divinos y confundió el lenguaje de los hombres de modo que dejasen de edificar la torre (Génesis 11:1-9). En esta alegoría, cuando se interpreta de modo esotérico, el lenguaje unificado del Hombre se refiere al alineamiento perfecto de los chakras de la anatomía oculta, el acto de cocer los ladrillos con fuego para edificar la torre es una referencia alegórica a la activación del fuego de la Kundalini que va abriendo los chakras, la cúspide que llega al cielo simboliza el levantamiento de la Kundalini hasta el séptimo chakra, el celestial, ubicado en la coronilla; y la obra que los hombres han comenzado significa el Opus Magnum: nuestro alcance de la divinidadxvi. Es por eso la ciudad se llamaba Bab-ilani (Babel), la ‘puerta de los dioses’. Los hombres de la civilización de Babel practicaban la auténtica espiritualidad enkista cuyo propósito principal es nada menos que el endiosamiento del hombre.

La Epopeya de Enmerkar, un texto sumerio antiquísimo que se asemeja mucho al contenido de Génesis 11, habla de una mítica edad de oro durante el reinado del rey Enmerkar, el precursor sumerio del Nimrod bíblico, en la que no había miedo ni terror, el Hombre no tenía rival, la lengua de la tierra de Sumeria estaba en plena armonía y todo el mundo alababa a Enlil (¡Sí, a Enlil!) al unísono y en una sola lengua. Según el mismo relato, ¡es Enki el que unifica el habla de la Humanidad para que sea una! La civilización del Babel no fue una tierra de confusión espiritual como afirma la tradición judeocristiana posterior; fue una civilización de armonía espiritual y de gran aprendizaje bajo la tutela de nuestros Dioses auténticos.

Sin embargo, toda esa armonía llegaría a su fin con la invasión de nuestro planeta por parte de Anu-Yahvé que descendió a la Tierra acompañado por sus legiones celestiales y destruyó el orden espiritual original. Los Anuistas guerrearon con nuestros Dioses, los expulsaron de la Tierra, confundieron el funcionamiento espiritual del Hombre con su maldecida magia negra extraterrestre y sometieron al mundo entero a su dominio. Así Anu-Yahvé y sus ‘ángeles’ maléficos se apoderaron de la Tierra. Curiosamente muchos registros mitológicos antiguos relatan episodios de guerras entre los dioses alrededor de la misma época. La Epopeya de Erra babilónica relata un enfrentamiento bélico encarnizado entre los dioses de Anu y los dioses de Marduk en el cual muchas de las ciudades enkistas fueron destruidas. La Epopeya de Erra más tarde formaría la base del relato bíblico del arrasamiento de Sodoma y Gomorra (Sitchin, 2011xvii). Del mismo modo, un cuerpo literario sumerio conocido como las lamentaciones de Sumeria da testimonio de la desolación de las ciudades de Enki y de la evacuación de nuestros Dioses de la Tierra. En fin, el último paleo-apocalipsis fue una invasión bélica de los dioses malévolos que terminó acabando con la civilización de Babel y dio como resultado el exilio de los Dioses originales.

Desde entonces el mundo entero cayó en una era de oscuridad caracterizada por la ausencia de los dioses auténticos y la corrupción progresiva de la espiritualidad. A ese tiempo se le denomina la Edad de Hierro en la mitología griega y Kali Yuga, la era de impureza, en la tradición hindú. Esta era se caracteriza por la decadencia moral, la violencia extrema, el oscurantismo, el olvido de la espiritualidad auténtica, la corrupción política, el engaño y la religión falsa. Kali Yuga es el tiempo del reinado del dios impostor Anu-Yahvé (El-Saturno-Kronos), el malvado dios de este mundo, el al que los Gnósticos antiguos llamaron el malévolo Demiurgo. Esa entidad maléfica que se hace pasar por el ‘dios creador’ se apoderó de nuestro mundo hace unos 4000 años tras expulsar a nuestros Dioses originales y ahora él y sus malvados ‘ángeles’, llamados Arcontes en la cosmología gnóstica, señorean sobre el planeta de modo subrepticio desde el plano astral y nos tienen sometidos a su sistema de control. Ellos son una camarilla extraterrestre demoníaca que secuestró la Tierra tras su victoria en la última guerra divina apocalíptica justo antes de la misteriosa y repentina desaparición de la civilización sumeria.

Este concepto del fenómeno arcóntico que supone que el mundo ha sido secuestrado por una facción de entidades malévolas se ve claramente también en el texto profético antiguo llamado la Profecía de Thot. Según el gran dios Thot, Hermes en la tradición esotérica griega y Ningishzidda en la religión sumeria antigua, en los tiempos postreros el mundo sería eclipsado por la oscuridad y el mal, los Dioses originales se ausentarían de la Tierra, la religión auténtica se degeneraría, la creencia de que el alma es divina e inmortal sería ridiculizada y para colmo ¡sólo ÁNGELES MALVADOS permanecerían! Esta revelación de Thot se asemeja mucho a la situación de Kali Yuga en la tradición apocalíptica índica según la cual durante Kali Yuga el mundo es gobernado por el demonio Kali y las potestades demoníacas Koka y Vikoka. Curiosamente, los Griegos también creían que los grandes dioses andaban junto con los hombres en la Tierra en las eras doradas de antaño, pero luego desaparecieron de nuestro mundo hacia 2000 AEC. Con la ausencia de los Dioses de Enki, la Humanidad está a la merced del orden arcóntico del impostor Anu-Yahvé que aún tiene su dominio sobre el planeta.

¿Por qué menciono todo esto ahora? Pues porque esta situación cósmica afecta mucho el ciclo de la reencarnación hasta la actualidad.

Reencarnación y la Situación Actual

Muchos lectores quieren saber lo que le espera al alma en el momento de la muerte. Aquí voy a presentar las enseñanzas de nuestros Dioses en cuanto a esta cuestión. Toda la información respecto al más allá que presento aquí se puede encontrar en este sitio enkista.

Al morir el cuerpo físico, el alma sale de la carne y entra al plano astral. Separada del mundo material, allí deambula y se topa con todo tipo de entidades. Algunas son guerreros enkistas que se han proyectado al plano astral donde hacen combate contra los secuestradores de nuestro planeta y otras son esbirros de Anu-Yahvé, los llamados ‘ángeles’, Nórdicos anuistas, Saurios y Grises cochambrosos que rodean nuestro mundo desde el astral y trabajan como nuestros carceleros arcónticos.

Cuando el alma del difunto sale al plano astral ya está a la merced de esas entidades que merodean por allí. Algunas personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte testifican que se sintieron atravesar un túnel oscuro, al final vieron un gran paisaje hermoso como el paraíso e incluso se encontraron con seres lumínicos que los esperaban allí. Otros testigos dicen que estuvieron en un abismo oscuro y solitario que se asemejaba a nuestro concepto del infierno. Sin embargo, esos lugares astrales respectivos son nada más que formas-pensamiento anuistas traicioneras y detrás de esa luz famosa sólo nos espera una terrible trampa de los arcontes: las cárceles energéticas astrales del malvado Anu-Yahvé.

Si el alma errante es encontrada por un guerrero de Enki en el astral, en ese caso es rescatada de las garras de los carceleros anuistas y llevada a Orión, el hogar cósmico de los Enkitas, donde puede descansar y planear bien su próxima encarnación. Por otro lado, si el alma es detenida por los esbirros de Anu-Yahvé primero, entonces se encuentra atrapada en la vórtice energética anuista y allí permanece como un esclavo espiritual de los malévolos arcontes.

Ahora podemos entender de dónde vienen los conceptos del inframundo sombrío y del abismo del tormento en las mitologías antiguas. Ahora podemos ver por qué en algunas culturas antiguas la doctrina de la reencarnación original empezó a desfasarse y fue reemplazada por la idea del descenso al infierno. A finales del tercer milenio los Anuistas se apoderaron de nuestro mundo, tanto físico como astral, y desde entonces ellos perturban nuestro ciclo metempsicótico natural y muchas veces detienen nuestras almas en sus prisiones astrales entre encarnaciones. Es por eso que muchos de los textos religiosos mesopotámicos escritos en el segundo milenio (después de la infame invasión anuista) comienzan a describir el más allá como una existencia sombría y vacía como un fantasma en un abismo oscuro e infernal. Es por eso que la doctrina de la reencarnación se desfasó durante un tiempo en el Egipto dinástico antes de resurgir a partir del siglo 6 AEC.

Este último caso, el de la captura a manos de los secuaces astrales de Anu-Yahvé, es una situación pésima para el alma. Ella primero será acosada y utilizada como una fuente de energía por los arcontes anuistas parasíticos. Lo que nos espera detrás de ese paisaje hermoso y luminoso es nada más ni nada menos que un enorme gulag astral anuista por así decirlo. Luego será ‘lavada’, ‘formateada’ y reencarnada por los Anuistas a la fuerza y en contra de su voluntad. Muchas veces los ‘ángeles’ de Anu-Yahvé, el malévolo dios impostor de este mundo, borrarán sus recuerdos de sus encarnaciones previas, la encarnarán en un entorno adverso y contrario a su búsqueda espiritual y le inocularán debilidades como una propensidad a la depresión, discapacidades, enfermedad psicológicas y traumas para que vuelve a encarnarse más débil y su sufrimiento sea más en su próxima vida. Éste es el caso a fortiori con las almas rebeldes que no se sometieron a la presunta autoridad de Anu-Yahvé en sus vidas pasadas.

¿Por qué creen que la Biblia dice que Yahvé, dios celoso, castigarán a aquellos rebeldes, que lo aborrecen y se inclinan a otros dioses, hasta la tercera o la cuarta generación (Éxodo 20:5)? Así es la mentalidad de Anu; él busca castigar a todos aquellos que no aceptan su cosmovisión única y su sistema único.

Muchas almas que cayeron en la trampa insidiosa de Anu-Yahvé y sus ‘ángeles’ arcónticos son forzadas a encarnarse en países y regiones que no son adecuados para ellas, en familias hostiles y conflictivas, en comunidades adversas donde el espíritu anuista es muy fuerte como las judeocristianas, musulmanas, etc., en cuerpos con graves enfermedades y profundas aflicciones mentales, y sin ningún rumbo espiritual fijo. Muchas almas rebeldes que están en esta situación sentimos mucho dolor, mucha angustia, mucho sufrimiento y mucha frustración en esta vida. Nos sentimos solos, aislados, inadaptados, insatisfechos y poco comprendidos. Sentimos que no encajamos en ningún lado y percibimos que somos náufragos en un mundo ajeno desde pequeño. Muchos de nosotros, cuando aún desconocemos la situación cósmica, nos metemos en religiones en busca de respuestas y buscamos nuestra salvación en las iglesias. Aún no sabemos que en realidad sólo estamos rindiendo culto a nuestro propio adversario, abusador y verdugo. Dicha situación nociva puede durar años hasta que experimentemos un inexplicable ‘despertar’ liberador. Anu-Yahvé, ese maldecido Saturno-Kronos, es el sembrador de las semillas del sufrimiento en nuestras vidas y el segador de pena. Él diseña nuestras trayectorias reencarnativas y nos somete a encarnaciones desfavorables con el fin de hacernos sufrir como castigo.

Obviamente el primer caso, el de un rescate enkista en el astral, es mucho mejor para nosotros. En este caso el alma afortunada es trasladada a la morada de nuestros Dioses en la constelación de Orión enseguida y allí puede planear su nueva encarnación con la ayuda de nuestros guías enkistas y bajo sus propias condiciones en un ambiente tranquilo. A diferencia de la reencarnación forzada de las víctimas de los Anuistas, las almas rescatadas por los Enkitas son libres para encarnarse con una búsqueda espiritual específica y pueden eligir una vida más idóneas para ellas. Lo cierto es que jamás serán forzadas a encarnarse en contra de sus propios deseos y en un entorno nocivo para su desarrollo espiritual. Así el alma tendrá mayor oportunidad de vivir una vida próspera y feliz en sus próximas encarnaciones.

La situación reencarnativa desde la invasión anuista antigua puede parecer muy horrible y es así, pero por lo menos les puedo dar una buena noticia. Actualmente todos los humanos que han hecho su compromiso a Enki y se han unido a la gran familia enkista de modo formal son rescatados por nuestros Dioses, muchas veces por sus propios guías, y son llevados a la morada de Enki en Orión. ESO ES SIN NINGUNA EXCEPCIÓN. Cuando hacemos el ritual de compromiso, el sigilo de Enki es incrustado en el aura de nuestra alma y ése nos protege y permite que nuestros Dioses nos encuentren a la hora de nuestra partida al astral. Así ellos nos pueden identificar enseguida, luchar contra los arcontes anuistas que nos quieren encerrar, y sacarnos de la tierra de nadie en el astral para ‘repatriarnos’ en el mundo orionita. Es por eso que el ritual de compromiso es de suma importancia y es un deber tan vital para cualquier Enkista sincero.

Antes de cerrar este tema, me gustaría decir algo respecto a la doctrina popular del Karma que impregna el Budismo, el Hinduismo actual, el Movimiento de la Nueva Era y varias otras espiritualidades modernas. La realidad es que el concepto de la deuda kármica viene directamente de Anu y esta doctrina es el equivalente oriental del perverso ‘Pecado Original’ de la corriente abrahámica. Semejante a la cosmovisión lapsaria bíblica, la doctrina del Karma enseña que cada hombre nace con la carga del Karma de los pecados de sus vidas anteriores, es el único culpable de su sufrimiento en esta vida, necesita sufrir para absolverse de sus deudas morales acumuladas y requiere de la intervención religiosa, la de los Anuistas por supuesto, para salvarse de su ‘estado pecaminoso’. Se podría decir que la doctrina del Karma es el hermano gemelo del ‘Pecado Original’. En realidad no hay Karma; ése es únicamente una invención de Anu-Yahvé cuyo propósito es esclavizarnos en una telaraña de culpa y someternos al yugo de las filosofías opresivas y las pseudo-espiritualidades vacías de los arcontes. El castigo kármico no es la solución a los problemas morales de la Humanidad; es nomás una cárcel esclavizante que mantiene al hombre en un estado de estancamiento. El conocimiento y la iluminación son la auténtica solución, cosas que Anu no nos permite.

Como vimos antes la doctrina del Karma en su sentido actual fue un desarrollo relativamente tardío en la religión hindú y surgió a partir de la época upanishádica. En la tradición védica anterior los conceptos de la deuda kármica y del ciclo de Saṃsāra fueron prácticamente ausentes y la transmigración de almas solía considerarse un ciclo natural y algo positivo impulsado por la fuerza vital de la propia alma en vez de un deber con el fin de expiarse de las ataduras de los pecados de vidas pasadas. En fin, el Hinduismo de hoy no es igual a la religión índica original, alberga muchas corrupciones anuistas desde hace milenios y ahora en el apogeo de Kali Yuga está bastante alejado de la auténtica espiritualidad enkista original.

Queridos lectores, espero haber dejado claro cómo el proceso de la reencarnación funciona en la actualidad. Ahora el plano astral está en un estado muy caótico y los malditos arcontes anuistas siguen encarcelando a las almas que no están bajo la protección de Enki y forzándoles a encarnarse en contra de su voluntad, pero toda esta ordalía llegará a su fin después de la liberación de la Tierra y el ciclo metempsicótico volverá a su estado natural con la llegada de Satya Yuga.

¡GLORIA A ENKI!

¡GLORIA A TODOS NUESTROS GRANDES DIOSES DE ORIÓN!

Referencias
iDon Schorn, M. (2009) Reincarnation… Stepping Stones of Life. Huntsville (p. 26)
iiDon Schorn, M. (2009) Reincarnation… Stepping Stones of Life. Huntsville (pp. 26-27)
iiiDon Schorn, M. (2009) Reincarnation… Stepping Stones of Life. Huntsville (p. 55)
ivKrishnan, Y. (1997) The Doctrine of Karma. Dehli (p. 12)
vLaumakis, S.J. (2008) An Introduction to Buddhist Philosophy. Cambridge (pp. 20-28)
viKaipayil, J. (2009) Relationalism: A Theory of Being. Bangalore (pp. 28-29)
viiKrishnan, Y. (1997) The Doctrine of Karma. Dehli (p. 13)
viiiLaumakis, S.J. (2008) An Introduction to Buddhist Philosophy. Cambridge (pp. 28-29)
ixDon Schorn, M. (2009) Reincarnation… Stepping Stones of Life. Huntsville (p. 33)
xDon Schorn, M. (2009) Reincarnation… Stepping Stones of Life. Huntsville (p. 30)
xiDon Schorn, M. (2009) Reincarnation… Stepping Stones of Life. Huntsville (pp. 30-31)
xiiKoch, J.T. (2006) Celtic Culture: A Historical Encyclopedia. Santa Barbara (p. 850)
xiiiJakobsdóttir, S. Gunnlod and the Precious Mead, ed. Acker, P. & Larrington, C. (2002) The Poetic Edda: Essays on Old Norse Mythology. New York (p. 42)
xivMills, A.C. & Slobodin, R. (1994) Amerindian Rebirth: Reincarnation Belief Among North American Indians and Inuit. Toronto (pp. 18-20)
xvCohen, A.C. (2005) Death Rituals, Ideology and the Development of Early Mesopotamian Kingship. Leiden (p. 100)
xviLoveenki.com (http://www.loveenki.com/enki/2012/01/marduk-et-la-tour-de-babel/)
xviiSitchin, Z. (2011) There Were Giants Upon the Earth: Gods, Demigods, and Human Ancestry: The Evidence of Alien DNA . New York (pp. 287-290)

Fuente: http://www.enkiptahsatya.com/24-el-alma-la-reencarnacion-y-el-plano-astral.html

Anu-Yahvé – El Verdadero Diablo – El Dios Impostor


Actualmente la mayor parte de la población del hemisferio occidental, del Medio Oriente y del continente africano cree en alguna variedad del monoteísmo abrahámico y reconoce al dios hebreo bíblico El-Yahvé como el creador bueno y justo de nuestro mundo. Los Judíos ven a su dios como el señor de la justicia que salvó al pueblo israelita por entregarle a Moisés su santa ley, los Cristianos afirman que el mismo dios es el padre amoroso que sacrificó a su hijo primogénito para salvar a la humanidad de las consecuencias del pecado y los seguidores del Islam que lo llaman por el apelativo árabe Alá reconocen a la deidad de los Judíos y los Cristianos como un dios justo y misericordioso. La idea de que el dios bíblico es una gran figura del bien y de la justicia ha dejado una impresión tan arraigada en la mente colectiva de los pueblos occidentales que hasta los incrédulos piensan que el personaje de Yahvé representa la justicia. Sin embargo, a pesar de que vivamos en países con una tradición histórica judeocristiana la gran mayoría de las personas tanto creyentes como seculares no ha leído la Biblia en su totalidad. Estoy seguro de que si los creyentes se pusieran a leer los textos bíblicos enteros de modo objetivo y sin sus prejuicios acondicionados, muchos de ellos se horrorizarían por la ‘moralidad’ de su dios y entenderían que la enseñanza de que Yahvé es un padre justo y benévolo es contraria a la razón y peor aún una mentira flagrante.

¿Quién es Yahvé realmente? A lo largo de la historia varios grupos pequeños han reconocido que el dios bíblico del Judaísmo y del Cristianismo es el auténtico engañador del hombre. Antes de la cristianización de Europa y el nacimiento del Islam en el Medio Oriente las varias escuelas esotéricas gnósticas como los Ofitas en Siria y Egipto y los Naasenos en Palestina entendían que Yahvé era un impostor malévolo que había atrapado al hombre en un sistema de engaño mientras la Serpiente rebelde del Edén en Génesis era el verdadero benefactor de la humanidad cuyo conocimiento iluminador nos liberó de la esclavitud del malvado dios demiúrgico de los Judíos. Los Gnósticos lo llamaban ‘Yaldabaoth‘ o ‘el falso dios de este mundo’ y reconocían su maldad. Las sectas ofitas conocían el gran secreto: el dios de los Judíos era el verdadero diablo que se había arrogado el título de ‘dios creador’ e invertido los papeles del bien y del mal a través del engaño presentándose a sí mismo como el ‘padre benévolo’ de la humanidad y calumniando a la Serpiente de la sabiduría como ‘el demonio’ y ‘enemigo del hombre’. Esta inversión acusatoria empezó con la creación de la Biblia cristiana a finales del primer siglo y engañaría a muchas generaciones durante los milenios.

¿Por qué creían los Gnósticos que Yahvé era un dios falso y malévolo? A diferencia de la gente medieval que estaba sometida a la teocracia de la Iglesia Católica y no podía leer la Biblia por sí misma, los intelectuales gnósticos de los primeros siglos de la era cristiana sí tenían acceso a todas las escrituras bíblicas y las podían estudiar libremente. Ellos sabían que la Biblia hebrea está repleta de maldades crueles, genocidios despiadados, exigencias de sacrificios cruentos, actos de barbaridad y conductas de tiranía atribuidos a Yahvé. Dicho de otro modo, los Gnósticos sabían que el dios bíblico era un auténtico demonio y sus religiones eran brutales, sanguinarias, misantrópicas y oscurantistas. La verdad es que la misma Biblia da amplio testimonio de que el supuesto padre amoroso de los Judíos y los Cristianos tiene una naturaleza sádica y malvada y sus numerosos hechos documentados en las supuestas Sagradas Escrituras son tan aborrecibles que la mayoría de la gente hoy pensaría que eran propios de una entidad demoníaca. Al leer la Biblia de manera objetiva, es evidente que el dios hebreo Yahvé tiene un carácter belicoso, asesino y depravado y está claro que él tiene un gran desamor por la humanidad. Los mismos textos bíblicos ponen en entredicho la moralidad y la benevolencia de la deidad judeocristiana y no hacen nada más que confirmar que Yahvé es el verdadero adversario del hombre.

Hoy día ya no es ningún secreto que el dios de la Biblia es un personaje sanguinario y vengativo. A partir del Renacimiento muchos pensadores ilustrados empezaron a cuestionar la inmoralidad, la depravación, la crueldad, la lujuria de sangre, la misantropía y la xenofobia deplorables de Yahvé. Por lo tanto, muchos filósofos de la época moderna abandonarían la religión judeocristiana y favorecerían cosmovisiones más humanistas como el deísmo y el naturalismo. Por ejemplo, el intelectual estadounidense Thomas Paine, uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, rechazó al dios bíblico escribiendo en La Edad de la Razón (1794) que ‘la creencia en un dios cruel hace que el hombre sea cruel’ y abogó una teología deísta cuya divinidad era el dios de la naturaleza. En la época actual de la ciencia y del Internet ya no es ninguna novedad que el dios del Antiguo Testamento es una pesadilla abominable (simplemente muy poca gente tiene un conocimiento completo del contenido de la Biblia y muy pocos creyentes son lo suficientemente honestos como para analizar su fe y el criterio moral de su dios de modo objetivo). Sin embargo, el hecho de que la historia del personaje divino de Yahvé se remonte hasta la época sumeria del tercer milenio AEC es algo muy novedoso para la mayoría de los lectores. En este artículo pienso ahondar en la historia de los cultos antiguos y exponer el verdadero origen de ese dios siniestro. Al final veremos cuál es la verdadera identidad de ese gran tirano cósmico y descodificaremos el gran secreto de los milenios.

La Malevolencia de Yahvé: La Infamia Divina

Hoy día cualquier persona sensata y razonable pensaría que actos religiosos como la inmolación de animales inocentes para apaciguar la ira de un superior, el sacrificio humano ritual, el derramamiento de sangre por el perdón de los errores, la matanza en masa de niños y recién nacidos, el genocidio de pueblos extranjeros enteros y el belicismo extremo son crímenes abominables y depravadísimos propios de un culto satánico y perpetrados sólo por la gente más enfermiza y endemoniada. Cualquier hombre de buen juicio consideraría todas esas prácticas espeluznantes la cúspide de la perversión. La mayoría de la gente normal creería que todas las atrocidades enumeradas arriba son actos propios del mismo Satanás. Sin embargo, curiosamente el hecho de que todas esas prácticas escalofriantes fueran exigidas por el dios bíblico en la religión hebrea primitiva, constituyeran la parte central del Judaísmo auténtico y estén documentadas abundantemente en la propia Biblia atribuidas a Yahvé es aparentemente poco conocido. En fin, al analizar los textos veterotestamentarios de manera honesta y objetiva, uno pronto se da cuenta de que todas las características que típicamente se asocian al personaje diabólico Satanás son atribuibles a Yahvé, el dios del Judeocristianismo.

Los practicantes del Judaísmo creen que Yahvé es justo y los seguidores del Cristianismo típicamente afirman que su dios es un ser perfecto e infinitamente benévolo y el padre amoroso del hombre. En las paredes de las iglesias cristianas se suelen encontrar placas propagandistas que dicen ‘Dios es amor’ o ‘el Señor es misericordioso’. Los Cristianos típicamente citan versículos bíblicos como Juan 3:16 que afirma que Yahvé ama tanto al mundo que sacrificó a su hijo unigénito para su salvación y 1 Juan 4:7-12 cuyo mensaje es que Yahvé es la fuente del amor. Sin embargo, es evidente que ellos no conocen la Biblia en su totalidad, no la leen de manera honesta y objetiva y sólo creen ciegamente en las afirmaciones engañosas de sus curas y pastores basadas en versículos selectivos. ¡La Biblia leída en su totalidad no enseña que Yahvé es amor! Eso es solamente una mentira piadosa de la teología cristiana ortodoxa. La Biblia expone claramente que Yahvé es un dios iracundo e intolerante (Salmo 78), belicoso y militarista (Éxodo 15:3; Salmo 2:1-12; Deuteronomio 7:23-24), homicida (2 Reyes 2:23-24), genocida (Éxodo 32:27-28; Deuteronomio 20:11-17), inmisericorde y cruel (1 Samuel 15:2-3), traicionero (Ezequiel 20:25-26), infanticida (Salmos 135:8; 137:9; Éxodo 12:29) y embriagado de su lujuria por el sacrificio cruento (Levítico 1:5-9).

La Biblia deja bien claro que el dios de los Hebreos no es un dios de amor sino un tirano violento, sanguinario y despiadado. Aquí vemos que la acusación de que el padre de los Judíos, el diablo, ha sido un asesino y mentiroso desde el principio hecha por Jesús (Juan 8:44) es muy aplicable al dios hebreo patriarcal Yahvé. Si alguien aún cree que la deidad judeocristiana es una entidad benévola y amorosa entonces se está engañando a sí mismo, se ha tragado una mentira profesional y no está siendo honesto a nivel intelectual. ¡La propia Biblia revela que Yahvé es un auténtico demonio!

La verdad es que la inmoralidad y la crueldad del dios bíblico no conocen ningún límite. Muy lejos de la fantasía de los pastorcitos y los teólogos evangélicos que piensan que su deidad es la epítome del amor y de la benevolencia, Yahvé es en realidad un dios de la guerra y un belicista tiránico con una insaciable sed de conquista que no sólo disfruta de la invasión de territorios extranjeros sino que también se ensaña de manera muy sádica con las víctimas de su Pueblo Elegido. Según la Biblia, Yahvé les ordena a los Israelitas que no sólo venzan a los varones guerreros de los pueblos lindantes sino que también masacren despiadadamente a mujeres desarmadas, ancianos indefensos, niños pequeños y hasta los infantes recién nacidos (1 Samuel 15:2-3; Deuteronomio 2:33-34; 7:16; 13:15; Josué 6:21; Ezequiel 9:5-7; Isaías 13:15-18).

Además, el mismo dios demoníaco y depravado le aconseja a su Pueblo Elegido que a la hora del sometimiento de un pueblo gentil asesinen a todos los niños varones e inmolen a todas las mujeres desvirgadas pero que tomen para sí a todas las muchachas vírgenes como botines de guerra (Números 31:17-18). Yahvé les permite a sus guerreros hebreos que secuestren y violen a las vírgenes extranjeras.

Para colmo, el dios de los Hebreos es el Sionista militarista original, pues su plan para su pueblo judío siempre ha sido la dominación mundial judía y la conquista de todas las naciones gentiles de la tierra (Salmo 2:8-9).

En fin, la deidad judeocristiana Yahvé es, según la Biblia, una entidad beligerante que goza de la matanza de inocentes e incluso exige el asesinato de niños pequeños e infantes recién nacidos. ¿Qué clase de monstruo podría pedir la matanza de un bebé inocente e indefenso? Si algunos de ustedes aún creen que un infanticida degenerado como Yahvé es un dios de amor y digno de la alabanza entonces les falta la honestidad y han sacrificado su propia humanidad por una mentira flagrante.

Cualquier persona civilizada sabe que el sacrificio de la vida inocente es algo totalmente inmoral. De hecho, para la mayoría de la gente la matanza ritual de seres vivientes es una práctica que se asocia a las sectas satánicas de nuestro tiempo. Sin embargo, demasiada gente ha olvidado que el sacrificio animal siempre fue el tema central y el meollo esencial del Judaísmo bíblico. La verdad es que el culto jehovítico se caracterizaba por la continua inmolación de criaturas como ovejas y bueyes. En los templos de Yahvé el sacrificio animal se ofrecía diariamente para apaciguar su ira ardiente y expiar la culpa de las transgresiones de la ley mosaica.

En el Judaísmo antiguo se realizaban por lo menos tres tipos distintos de prácticas sacrificatorias: 1) el holocausto, una ofrenda quemada de un animal que se ofrecía todos los días en el altar del templo o del tabernáculo a la hora de la oración y la alabanza con el propósito de mostrarle a Yahvé amor y devoción; 2) la ofrenda de paz, un sacrificio festivo cuyo fin era agradecer la supuesta gracia y misericordia del dios de Israel sobre la nación judía; y 3) la ofrenda de expiación, una práctica sacrificatoria particularmente sangrienta en la cual el Judío inmolaría un animal de su ganado sobre el altar de Yahvé para recibir el perdón por sus pecados y sus transgresiones de la ley.

No sería ninguna exageración si dijéramos que el continuo derramamiento de sangre de manera ritualista era el fundamento de la religión judía bíblica. De hecho, la Biblia explica abiertamente que Yahvé encuentra deleite en los sacrificios sangrientos y macabros (Génesis 8:20-21; Levítico 1:5-9; Números 18:17-19). Es como si él estuviera fascinado por la inmolación de la vida inocente. Es evidente que el dios de los Judíos es una entidad carnívora y de una naturaleza depredadora puesto que en Génesis él rechaza la ofrenda vegetal de Caín y se deleita con el sacrificio animal de Abel (Génesis 4:3-5). Es más, a veces las inmolaciones rituales jehovíticas se convertían en hecatombes enormes. El primer Libro de Reyes relata que el monarca jehovítico Salomón y su sacerdocio real sacrificaron más de 22,000 bueyes y 120,000 ovejas en el templo de Yahvé en un período de sólo dos semanas (1 Reyes 8:62-64). El dios hebreo siempre ha tenido una sed por la sangre inmolada.

La misma perversión absoluta judía continuaría en la teología neotestamentaria del Judío cripto-sionista Pablo de Tarso cuyo dogma mantenía que la muerte del testador es necesario para que se finalice un pacto con Yahvé, la sangre sacrificatoria lo purifica todo y sin el derramamiento de sangre no hay ninguna remisión (Hebreos 9:16-17; 9:22). En fin, el culto de Yahvé es un culto de la muerte y sus fundadores y élites son gente completamente perversa, depravada, enfermiza, endemoniada, ida de la cabeza y entregada a la enfermedad mental. Ellos y su dios inicuo son la epítome de la perversidad patológica.

Muchos de los creyentes evangélicos saben por lo menos algo sobre las prácticas del sacrificio animal en la religión veterotestamentaria. Ellos creen que la matanza ritual de ovejas y bueyes era un justo prototipo del sacrificio mesiánico de Jesús en la cruz por la expiación del Pecado Original, un concepto que irónicamente nunca existió en la religión hebrea original. Sin embargo, muy fuera del hecho de que el sacrificio de cualquier tipo de vida por los pecados ajenos sea algo totalmente inmoral y abominable, muy poca gente conoce el secreto más espeluznante de la Biblia: el dios hebreo Yahvé a veces pedía y aceptaba hasta el sacrificio humano.

En Éxodo, el segundo libro del Pentateuco, encontramos unas referencias escalofriantes a la práctica del infanticidio ritual hebreo ordenada por el mismo Yahvé en la cual los Hebreos fieles a su dios tenían que consagrar (sacrificar) a sus hijos primogénitos como una ofrenda a su señor, justo como solían inmolar las primeras crías de su ganado, con el fin de conmemorar la matanza de los varones primogénitos en Egipto por parte de Yahvé (Éxodo 13:2; 13:12-15).

En Levítico, el tercer libro del Pentateuco, el mismo dios sanguinario explica que ningún hombre, animal o campo poseído que sea propiedad de un Judío y haya sido consagrado a él no puede ser rescatado sino que morirá sin remisión definitivamente (Levítico 27:28-29). Notemos que en algunas traducciones de la Biblia pone una nota al pie de la página que dice que en el idioma original la expresión se refiere a ‘una ofrenda para el dios Yahvé’, lo cual deja clarísimo que la deidad bíblica disfrutaba del sacrificio de los hombres.

En el primer Libro de Reyes, una crónica de la historia primaria del pueblo hebreo, vemos que en el Judaísmo primitivo Yahvé solía pedir la inmolación de la vida de los hijos de los Hebreos por la santificación de las ciudades a la hora de su reconstrucción (1 Reyes 16:34). La arqueología bíblica revela que la práctica bárbara de enterrar los cadáveres de los niños inmolados en las bases de los edificios era muy común en las regiones de Meggidó, Jericó y Guerer en Palestina donde habitaban los Hebreos (B.A. Turaiev, ‘El Oriente Clásico’i).

En el mismo libro bíblico morboso leemos también que Yahvé le ordenó a su siervo Josías que sacrificara a los sacerdotes extranjeros en sus templos y quemara sus huesos sobre los altares (1 Reyes 13:1-3; 16:34).

El ejemplo de la práctica del sacrificio humano jehovítico más asustante, sin embargo, se encuentra en el Libro de Jueces según el cual          el juez israelita Jefté, tras ser instigado por el espíritu de Yahvé, le hizo voto a su dios prometiendo que sacrificaría en holocausto la primera persona que saliera de su casa a cambio de que Yahvé le entregara la victoria en la guerra contra los enemigos de Israel (Jueces 11:29-31). Yahvé cumplió con su promesa y Jefté volvió a su casa victorioso. Sin embargo, desgraciadamente la primera persona que salió de su casa fue nadie más que su querida hija y el pobre Jefté, bien entristecido, se vio obligado a ofrecer a su propio vástago humano en holocausto a su dios depravado (Jueces 11:34-40).

La verdad es que un estudio minucioso de la Biblia hebrea revelará que el sacrificio humano jehovítico constituyó una costumbre común en el culto hebreo original.

Esta revelación horripilante no debería ser ninguna sorpresa para los estudiosos que tienen un buen entendimiento de la historia de la región de Palestina. Los estudios arqueológicos muestran que incluso en el segundo milenio AEC la deidad semítica El, el rey del panteón levantino y el precursor del El-Yahvé bíblico, era un dios asociado al sacrificio humano ritual y cuyo culto se caracterizaba por el holocausto de los primogénitos (Olyan, 1988ii). El mismo culto sacrificatorio continuaría entre los Hebreos en el Judaísmo primitivo (Smith, 2002iii). Vemos que el sacrificio sangriento tanto animal como humano siempre estuvo bien arraigado en la religión jehovítica original. Es más probable que Yahvé no sólo disfrutara de los sacrificios para su propio entretenimiento sino que también los necesitara para alimentarse de su energía a nivel astral. Recordemos que a lo largo de la historia ciertas escuelas esotéricas como las gnósticas enseñaron que el malévolo demiurgo Yaldabaoth, asociado al dios hebreo Yahvé, y sus Arcontes depredadores se alimentaban del sufrimiento humano y de la energía transferida a través de los cultos religiosos demiúrgicos.

Los Judíos han hecho todo lo posible para ocultar este secreto vergonzoso de su religión y los apologistas cristianos se inventarán cualquier escusa y dirán cualquier mentira para convencernos de que no hubo ningunos sacrificios humanos jehovíticos y asegurar que todos los versículos bíblicos citados aquí están ‘malinterpretados’ a pesar de que varios pasajes de la propia Biblia digan claramente que sí hubo muchos sacrificios humanos ordenados por Yahvé e incluso hablen de los detalles horripilantes. Los apologistas de las iglesias suelen citar la Biblia de manera selectiva y por lo tanto sus ministerios son engañosos. Ellos están dispuestos a hacer cualquier escusa para justificar la conducta perversa de su dios misántropo y aunar todos sus esfuerzos para defender algo que es completamente inmoral y presentarlo como algo moral y justo. Así han sacrificado su propia humanidad y su comportamiento es solamente vergonzoso.

Sus mentiras son expuestas por las palabras de su propio dios demoníaco que le admite a su profeta Ezequiel que él mismo había instigado a los pueblos a que le ofrecieran sacrificios infanticidas:

Por eso yo también les di estatutos que no eran buenos, y decretos por los cuales no podrían vivir. Y los contaminé en sus ofrendas cuando hacían pasar por el fuego a todo primogénito, para desolarlos y hacerles saber que yo soy Jehová.’ (Ezequiel 20:25-26).

La frase bíblica ‘hacer pasar por el fuego al primogénito’ es una referencia al holocausto infantil, un tipo de sacrificio en el cual la víctima era quemada por completo y ofrecida a Yahvé. Según el mismo libro profético, Yahvé contaminó las ofrendas del pueblo y le hizo inmolar a sus hijos a través del fuego simplemente porque los Hebreos no habían guardado su sábado o día de descanso y algunos de ellos habían fabricado ídolos (Ezequiel 20:24). ¡Así es la moralidad retorcida del perverso dios de los Judíos!

Mucha gente ingenua considera la cultura judeocristiana una fuente de valores morales sanos. Esa gente defiende la Biblia por razones éticas. En las sociedades occidentales estamos acondicionados a creer que las llamadas Sagradas Escrituras son un manual para alcanzar la santidad. Sin embargo, una vez comprendida en su totalidad, la ley bíblica que Yahvé mismo supuestamente le reveló a Moisés en el Monte Sinaí no es de ningún modo un código moral auténtico, sino más bien un manifiesto casi político cuyo propósito real era la justificación de la dictadura tiránica del déspota cósmico Yahvé.

La ley mosaica aparenta ser un manual ético a primera vista, pero en realidad no intenta establecer ningún sistema moral auténtico y coherente sino que sólo pretende justificar las costumbres cuestionables del culto jehovítico. La moralidad de Yahvé no tiene coherencia alguna. Por ejemplo, está prohibido que la gente trabaje en el día sábado o haga el amor antes del matrimonio y ambas transgresiones pueden ser castigadas por la muerte por apedreamiento, pero sí está bien e incluso ordenado que los Judíos perpetren el genocidio contra sus vecinos extranjeros y cometan el infanticidio masivo. La verdad es que la ley bíblica es solamente una tortura sádica para el hombre.

El supuesto ‘padre amoroso’ exige que los hombres sean apedreados hasta su muerte sólo por encender una llama o recoger leña en el día sábado, el día santificado de Yahvé (Éxodo 31:12-15; Números 15:32-36); y requiere también que los creyentes asesinen a sus familiares y sus amigos si deciden abandonar el culto sangriento de Yahvé y seguir otros caminos espirituales (Deuteronomio 13:6-10). Del mismo modo, la teología neotestamentaria enseña que todos aquellos que no sigan la religión bárbara de Yahvé serán juzgados por su supuesto hijo Jesús y quemados en un lago de fuego infernal (Apocalipsis 20:10-14; Juan 8:24; 2 Tesalonicenses 1:8-9; 2:11-12). ¡Yahvé no es un dios benévolo sino un monstruo aborrecible y su maldecido libro sagrado es nada más que una malvada herramienta para la destrucción de la humanidad!

Además de ser una entidad sumamente malévola y con un carácter sádico, el dios hebreo Yahvé es también un adversario que siempre se opuso a la iluminación del hombre. El relato del Huerto del Edén en el Libro de Génesis empieza con una prohibición contra el fruto del Árbol de la Ciencia (Génesis 2:17). En el siguiente capítulo Yahvé no sólo mintió diciéndole a Adán que el día que comiera del Árbol de la Ciencia ciertamente moriría sino que también admitió que la Serpiente tuvo razón reconociendo que entonces el hombre era como uno de ellos = los dioses (Génesis 3:4-5; 3:22). Al leer Génesis minuciosamente, sabemos que Adán sí adquirió el conocimiento de los dioses al comer del fruto prohibido justo como dijo la Serpiente y nos damos cuenta de que el hombre no murió porque comiera del Árbol de la Ciencia sino porque el mismo Yahvé y sus malévolos querubines impidieron su acceso al Árbol de la Vida (Génesis 3:24). Además, el texto dice que Yahvé introdujo muchas maldiciones al mundo a propósito (Génesis 3:16-19). Es evidente que Yahvé nunca quiso que el hombre despertara a tener la misma conciencia que los seres divinos y sólo quiso mantenerlo como un esclavo ignorante en el santuario terrenal.

La política de oscurantismo de Yahvé no termina allí. La ley mosaica prohíbe cualquier tipo de conocimiento espiritual desde la magia y la adivinación hasta la comunicación con espíritus familiares o entidades interdimensionales (Levítico 19:26; 19:31; Deuteronomio 18:10-12). ¿Por qué temía Yahvé tanto que prohibió que los pueblos se comunicaran con seres interdimensionales? La respuesta es que Yahvé tenía miedo a que los hombres tuvieran contacto con sus dioses ancestrales y supieran la verdad acerca de su identidad auténtica. Irónicamente el Libro de Enoc, un texto apócrifo de considerable importancia en el Judaísmo del Segundo Templo, revela que las artes mágicas y las técnicas de la adivinación tienen su origen en el cielo y les fueron enseñadas a las hijas de los hombres por los ángeles que habían abandonado sus puestos en el cielo y se habían opuesto a la autoridad de Yahvé (Enoc 7:1; 8:3). Los ángeles de Yahvé les acusaron a los ángeles rebeldes de haberles revelado a los hombres los ‘secretos eternos del cielo’ (Enoc 9:6). Del mismo modo, durante el episodio del desbaratamiento de la Torre de Babel en Génesis 11 Yahvé se asusta por el progreso espiritual asombroso de los hombres cuya torre (alegórica) ya está a punto de llegar al cielo y él les admite a sus compañeros divinos, los otros dioses Elohim, que nada los podrá detener (Génesis 11:6). Aquí Yahvé teme que el hombre llegue hasta el reino divino y se convierta en un rival. Así que él y sus secuaces celestiales descienden a la tierra y confunden el lenguaje (espiritual) de la humanidad. Esto es bien interesante puesto que algunos de los textos sumerios más antiguos en los cuales se basan muchos de los relatos bíblicos cuentan que el dios más alto del cielo se opuso a la revelación de la ciencia del designio del cielo y de la tierra al hombre (Leyenda de Adapa). Lo cierto es que Yahvé siempre se puso en contra de la iluminación de la humanidad y por lo tanto debe ser considerado el enemigo de nuestra raza.

En resumen, muy lejos de las fantasías de los pastores evangélicos y sus víctimas engañadas, el dios de la Biblia no es nuestro padre amoroso sino una maligna pesadilla para la humanidad. Él sólo puede ser el auténtico diablo. Si alguien te dice que Yahvé es amor, ¡dile que no te joda! Los apologistas cristianos que hacen cualquier escusa para justificar a su dios, ignoran la infinitud de versículos bíblicos que cuentan la maldad de Yahvé y siguen fantaseando que la deidad judeocristiana es una entidad perfecta, benévola e infinitamente amorosa son poco honestos y sólo se están engañando a sí mismos. Ellos se han caído en la trampa de la inversión acusatoria engañosa de la religión sionista de Yahvé. A pesar de que la propia Biblia dé testimonio muy claro de que Yahvé tiene todos los atributos de una entidad demoníaca, la mayoría de la gente sigue creyendo ingenuamente que la Serpiente de la sabiduría es el enemigo de la humanidad. En realidad, la Serpiente del Edén, el gran Ushumgal de Eridú y nuestro benévolo Enki, es el auténtico defensor y benefactor de la raza humana y él se rebeló contra la tiranía y la crueldad del malévolo Yahvé por un motivo justo.


La Verdadera Identidad de Yahvé: Una Revelación Espeluznante

¿Quién es Yahvé realmente? Sin duda, el origen y la identidad del dios de los Judíos son unos temas que están rodeados de misterio. Según la Biblia, Yahvé es el dios único que creó el cielo y la tierra y no hay nadie más como él. Sin embargo, contrario a las afirmaciones de la teología judeocristiana tradicional, la erudición bíblica actual revela otra historia. En realidad, el monoteísmo jehovítico fue un invento bastante tardío en la historia del pueblo hebreo y tiene su origen en el siglo 7 AEC según el consenso académico. ¿Cuáles son las implicaciones de esta revelación? La religión original de los Semitas occidentales, los Hebreos incluidos, reconocía una teología politeísta y la entidad conocida como Yahvé en la religión bíblica posterior era originalmente sólo uno de muchos dioses en el panteón antiguo. Por lo tanto, el dios del Judaísmo tiene su origen entre las antiguas deidades de las culturas politeístas del Medio Oriente y del Mediterráneo levantino.

Aunque el tetragrámaton YHWH, vocalizado como Yahvé, sea el nombre más conocido del dios de los Hebreos, no es de ningún modo su nombre original en la tradición bíblica. De hecho, la deidad bíblica empieza su vida en la Biblia hebrea bajo el nombre El y a veces su forma plural Elohim, y luego adopta el epíteto Yahvé cuando se presenta a Moisés por primera vez en el Monte Horeb. Dicho de otra manera, Yahvé no es un nombre personal sino más bien un título divino que se puede traducir como ‘él que hace existir’ o ‘él que crea’.

¿Cuál es el origen de la deidad antigua conocida como El en muchos pasajes de la Biblia? En el segundo milenio AEC mucho antes de la redacción del Pentateuco y el nacimiento del monoteísmo jehovítico absoluto, El era considerado la deidad más alta del panteón semítico antiguo y reverenciado como el Padre de todos los Elohim junto con su consorte Asera. Sus hijos divinos, conocidos como los Bene ha Elohim o ‘hijos de los dioses’, incluían dioses semíticos como Baal, Kothar-wa-Khasis, Astarté y Mot. Estos hijos de la pareja divina de El y Asera más tarde se convertirían en los ángeles caídos, los Hijos de Dios, en Génesis 6:2 y también en la literatura enoquiana apócrifa de acuerdo con la nueva teología monoteísta (Day, 2002iv, Smith, 2003v). En la religión cananea pre-israelita El era conocido por el título divino El dū yahwī ṣaba’ôt cuyo significado es ‘El que crea los ejércitos’ (Miller, 2000vi). Tengamos en cuenta que el teónimo bíblico Yahvé aparece muchas veces como una abreviatura de Yahvé Sebaot, un epíteto hebreo que se puede traducir como ‘él que crea los ejércitos’. Es decir, Yahvé siempre fue un epíteto asociado a la deidad primigenia El en la religión semítica politeísta pre-bíblica. Por lo tanto, Yahvé y El siempre han sido la misma entidad.

¿Cómo era El según la religión semítica primitiva? El era reconocido como el rey del cielo, la cabeza de la asamblea de los Elohim, el gran juez divino, el ‘Padre de todos los dioses’ y la deidad principal de la cosecha y la agricultura. Además, era asociado al toro como símbolo de su potencia masculina y conocido como el ‘Padre de los Años’, lo cual significa que era el dios del tiempo. En las regiones levantinas de la edad del hierro, El era adorado como el Padre Supremo y el Altísimo por los Fenicios, los Filisteos y los Cananeos entre otros pueblos semíticos, y su culto se caracterizaba por el sacrificio tanto animal como humano y la ofrenda de los primogénitos por holocausto en particular (Olyan, 1988vii). Lo cierto es que El era un dios bélico, sanguinario y deseoso de la sangre sacrificatoria. Curiosamente la misma deidad pre-israelita era representada por un disco solar aleado con una estrella en su centro.

Tomemos un momento para revisar las numerosas semejanzas entre el El-Yahvé bíblico y su precursor semítico pre-israelita. Primero, ambos eran conocidos por el epíteto Yahvé Sebaot (yahwī ṣaba’ôt) siendo los dos ‘creadores de los ejércitos’. Eran dioses de la guerra. Segundo, ambos se presentaban como el Padre Supremo y eran adorados como el Altísimo. La versión cananea pre-bíblica era reverenciada como el Padre de todos los Elohim y su sucesor bíblico es presentado como el Padre de los ángeles (Bene ha Elohim) (Génesis 6:2). Tercero, ambos son el jefe que preside en la asamblea de los dioses. En Salmo 82:1 El-Yahvé se presenta como el presidente del concilio de los dioses y juzga en medio de sus colegas celestiales. Según los textos cananeos, El presidía en la asamblea divina junto con su hijo Baal, pero siempre mantuvo su estatus como el dios superior (Smith, 2009viii). Cuarto, ambos eran dioses sedientos de sangre cuyo culto exigía el sacrificio humano y el holocausto de los varones primogénitos. Los Hebreos heredarían sus prácticas sacrificatorias del culto cananeo de modo directo (Smith, 2002ix). Quinto, ambos tenían como epíteto Padre de los Años y eran descritos como dioses envejecidos. Las referencias a Yahvé en la Biblia como el Anciano de Días cuyo cabello era blanco como lana pura (Daniel 7:9) y el dios (El en el texto hebreo original) grande cuyos años son incontables (Job 36:26) son idénticas a las descripciones de El en los textos ugaríticos (Day, 2002x). Sexto, El era representado por una estrella puntiaguda dentro de un disco solar con alas en la religión cananea y el dios al que adoraban los Judíos era asociado a la estrella en la Biblia (Amós 5:26). Actualmente el símbolo principal del Judaísmo es la Estrella de David o el Sello de Salomón. El Culto de Yahvé en el Judaísmo tiene sus raíces en el Culto de El de los pueblos semíticos politeístas como los Cananeos y los Fenicios.

¿De dónde vino el Culto de El de los Semitas levantinos? Ya es sabido que el panteón semítico occidental igual que los otros panteones del Medio Oriente antiguo como el babilonio últimamente tiene su origen en el antiquísimo panteón de los Sumerios (Kramer, 1998xi). Por lo tanto, los panteones de las culturas acadia, babilonia, asiria, semítica levantina (cananea) y hasta la helénica tienen un ancestro común y muchos de sus integrantes divinos son idénticos en todas las distintas culturas mencionadas arriba. El dios semítico El, la versión precursora del El-Yahvé bíblico, tiene su inicio en la religión sumero-acadia más antigua en la cual era conocido por su nombre original: Anu, el dios del cielo.

Muy parecido a su equivalente semítico El, el dios sumerio Anu era el rey del cielo, el más alto del panteón mesopotámico, un gran juez temido, el presidente del Concilio Divino y el Progenitor de todos los Anunnaki. Engendró el linaje de los grandes dioses sumero-acadios como Enlil, Enki (Ea), Inanna (Ishtar) y Nergal (Erra). Éstos son los equivalentes sumerios de los dioses semíticos Baal, Kothar-wa-Khasis, Astarté y Mot respectivamente. Además, igual que El, Anu era representado por el toro como símbolo de su virilidad y en la religión sumeria se creía que él había creado las huestes del cielo como sus soldados para la destrucción de sus enemigos. Del mismo modo, en la Biblia hebrea Yahvé es conocido como el Señor de las Huestes Celestiales. Anu era un dios poderoso y belicoso. Paralelamente su símbolo era una estrella dentro de un disco. Según los textos sumero-acadios, todos más antiguos que la Biblia hebrea por milenios, Anu fue el dios que se opuso a que Enki le revelara a Adapa (Adán) la ciencia del designio del cielo y de la tierra (Kramer y Maier, 1989xii), le denegó el Pan y el Agua de la Vida (Leyenda de Adapa) y fue el primero en prestar su juramento de destruir a la humanidad por el diluvio (Diluvio Sumerio de Nippur). Cabe decir también que en la mitología mesopotámica Anu era un violento usurpador que se levantó en combate contra el rey previo Alalu y lo derrotó en la lucha por el trono del cielo (Van Der Toorn, 1996xiii).

El y Anu equivalían la misma deidad en la región de Mesopotamia (Blásquez, 2001xiv). De hecho, la raíz semítica el/il/ilu de la cual proviene el teónimo cananeo y hebreo El es de origen sumero-acadio. En el Acadio, el ancestro de todas las lenguas semíticas, el ideograma cuneiforme para la deidad Anu tenía dos valores fonéticos y se podía leer como Anu o Ilu. Aquí encontramos un vínculo etimológico directo entre los teónimos El y Anu. Además, como acabamos de ver, casi todas las características fundamentales de ambos son tan idénticas como para concluir que El y Anu son la misma deidad. La única diferencia es que aún no hemos encontrado en los textos cananeos pre-israelitas ninguna referencia explícita a que El fuera un usurpador del trono del cielo, aunque sí era considerado el hijo de las deidades primordiales Elyon y Beruth justo como Anu en la mitología mesopotámica fue engendrado por los dioses pre-panteónicos Anshar y Kishar. Sin embargo, en los textos hebreos más primitivos que subyacen algunas partes del Pentateuco, sí podemos encontrar unas referencias sutiles a una ascensión al poder e incluso una usurpación del trono celestial por parte de El-Yahvé gracias a su gran destreza militar (Stark, 2011xv). En el Canto de Moisés del manuscrito pre-bíblico 4QDeut vemos que Yahvé primero hereda la tierra de Israel de su superior Elyon, el Altísimo, y luego sube a la cabeza del panteón después de derrotar a sus rivales divinos. Encontramos una escena paralela en el Salmo 82 en la cual Yahvé, el dios de Israel, juzga a los demás dioses en medio del concilio divino, condena a los otros hijos divinos de Elyon a morir como los hombres y declara que él mismo heredará todas las naciones (Smith, 2001xvi). En fin, en los textos más primitivos de la Biblia hebrea se conserva un vestigio del mito mesopotámico primordial de la usurpación del trono del cielo por parte de Anu (El).

Ahora entendemos que la deidad semítica El, conocida también como Yahvé en la Biblia hebrea, tiene su origen en el panteón sumerio antiquísimo y es idéntica al dios celestial Anu. Sin embargo, la revelación no termina allí. La siguiente es mucho más sorprendente y espeluznante. En tiempos antiguos el mismo El de los Semitas occidentales era identificado con Kronos en la religión helénica (Smith, 2002xvii). Para los pueblos levantinos, El y Kronos eran idénticos. ¿Quién era Kronos? Kronos era el nombre griego de nadie más que el violento y sanguinario dios romano Saturno. Igual que Anu-El en el Medio Oriente, Saturno-Kronos en la mitología mediterránea era el titán más alto del panteón, el dueño del trono del cielo, un usurpador violento que había vencido a su propio padre por la supremacía y un tirano despiadado. Idéntico a El en la religión semítica, Saturno-Kronos era un dios de la cosecha y la agricultura y también era considerado el Padre del Tiempo justo como El era conocido como ‘Padre de los Años’ y ‘Anciano de Días’ en los textos semíticos pre-israelitas y en algunos libros de la Biblia hebrea. Además, Saturno-Kronos era un dios infanticida que devoraba a los niños y su culto se caracterizaba por el sacrificio humano y la ofrenda de los primogénitos en holocausto. Esto explicaría por qué encontramos algunos vestigios de la práctica del sacrificio humano y el infanticidio ritual en el culto jehovítico en los textos de la historia primaria de la Biblia hebrea. Los símbolos principales de Saturno-Kronos eran la hoz, la cruz y la luna menguante.

Los Hebreos siempre fueron adoradores de Saturno desde el principio. Aunque los Judíos lo quieran ocultar, el Judaísmo siempre ha sido un culto satúrnico cuyo dios es nadie más que El/Kronos y por ende Anu. Todo el mundo sabe que el día sagrado del dios hebreo es el día sábado. El sábado está vinculado intrínsecamente a la deidad antigua Saturno-Kronos. Aunque en Castellano y el Griego moderno se haya adoptado el vocablo sábado/sábbato cuyo significado más conocido es ‘día de descanso’, el séptimo día de la semana (sábado) era llamado Diēs Saturnī o ‘Día de Saturno’ en Latín y Kronía en honor de Kronos en el Griego clásico. Mucha gente sabe que sábado en Hebreo es Shabbath, el día de reposo del Judaísmo; sin embargo, muy poca gente conoce el verdadero origen de este término semítico. Shabbath comparte su raíz etimológica con el vocablo Shabbathai, el nombre del dios y del planeta Saturno en la lengua hebrea. Además, en la antigüedad pre-israelita el planeta Saturno, el juez de todos los planetas, era asociado a El. Del mismo modo, su precursor sumerio Anu era asociado a un conjunto de cuerpos celestiales que incluía los planetas bélicos Marte y Saturno en la mitología mesopotámica (Evans, 1998xviii). Además, en la Kabala, el esoterismo judío, Yahvé Elohim es asociado a la sefirá Binah y por ende al planeta Saturno (Guiley, 2009xix).

En resumen, la auténtica identidad del dios hebreo Yahvé es una revelación muy escalofriante. Yahvé es El, Saturno, Kronos y Anu. Todas éstas son las varias facetas de la misma entidad: el malévolo rey del cielo del panteón sumerio. Los Hebreos siempre fueron el pueblo de Saturno. Al comienzo de su historia, el pueblo judío adoró a Saturno abiertamente. Sin embargo, a partir del exilio de los Hebreos en Babilonia (siglo 6 AEC), ellos empezarían a ocultar la verdadera naturaleza de su deidad y el Judaísmo pos-exílico se desarrollaría como un culto cripto-satúrnico. Desde entonces su adoración de Saturno ha sido el secreto más espeluznante de la élite del pueblo judío.

El Cripto-Saturnismo del Judaísmo

Ya hemos establecido que el dios hebreo Yahvé era El, la deidad semítica pre-israelita asociada a Saturno; el pueblo judío siempre ha santificado el día de Shabbathai (Saturno) y en la religión hebrea primitiva las prácticas satúrnicas como el sacrificio humano y el holocausto de los varones primogénitos eran costumbres comunes en el culto jehovítico. Queda claro que la deidad auténtica de la religión judía siempre ha sido Saturno. De hecho, el nombre de la patria hebrea Israel puede significar ‘El (Saturno) lucha’ o ‘El (Saturno) rige’. Sin embargo, desde la época de los profetas pos-exílicos, la élite del sacerdocio siempre ha querido ocultar el aspecto satúrnico del Judaísmo y presentar a Yahvé como un dios único completamente separado de su historia satúrnica.

El Judaísmo de los profetas pos-exílicos es una fachada diseñada por la élite de la judería con el fin de ocultar el Saturnismo de la religión hebrea. En dicha época los Hebreos estaban exiliados en el extranjero y lo más probable es que el sacerdocio judío quisiera que su culto aparentara más respetable delante de los ojos de los pueblos foráneos. Tengamos en cuenta que el objetivo principal del Judaísmo siempre ha sido el Sionismo y desde luego los Judíos empezarían a infiltrarse en las naciones gentiles a partir del exilio babilónico. Así que era necesario que ellos escondieran las intenciones verdaderas de su secta oscura, cortara sus vínculos con su pasado vergonzoso y comenzara a operar de modo subrepticio.

El Libro de Amós es un bueno ejemplo de la construcción de una fachada religiosa para ocultar las prácticas satúrnicas del culto hebreo. En Amós 5:26 vemos que el profeta amonesta a la casa de Israel y reprende a los Judíos por llevar las imágenes dedicadas a Moloc y Quiún.

Antes bien, llevabais el tabernáculo de vuestro Moloc y Quiún, ídolos vuestros, la estrella de vuestros dioses que os hicisteis.

Este versículo es muy importante. Aquí podemos ver que los Hebreos adoraban un dios conocido como Quiún y representado por una estrella. ¿Quién era Quiún? El teónimo Quiún era una forma hebraizada del vocablo paleo-babilonio Kewan/Kayawanu, un nombre mesopotámico para el planeta Saturno. En la Septuaginta griega Quiún fue traducido como Renfán, otro nombre para Saturno. La Estrella de Quiún está vinculada a la llamada Estrella de David o el Sello de Salomón, el símbolo satúrnico del culto judío. En fin, este pasaje de Amós confirma que los Hebreos eran adoradores de Saturno.

Sin embargo, aquí los élites del sacerdocio hebreo fueron bien astutos. A pesar de que el culto satúrnico hubiera sido una práctica propia de los Hebreos desde el principio bajo el Culto de El, los redactores sacerdotales de Amós pretendieron presentar a Saturno como un dios extranjero engañosamente, utilizando su nombre babilónico a propósito pese a que ya existieran los términos satúrnicos El y Shabbathai en su propio idioma. En otras palabras, los sacerdotes judíos buscaron hacer que su propio dios ignominioso pasara como un dios de los Babilonios, presentar su culto entre los Hebreos como una herejía extranjera adoptada por el pueblo judío en el exilio y desasociar a Yahvé de su pasado elita/satúrnico presentándolo como un dios único y distinto.

Las tres religiones abrahámicas son cultos cripto-satúrnicos. El Judaísmo actual aún mantiene la estrella satúrnica que se remonta al culto de El/Anu como su símbolo principal y los Judíos practicantes siguen utilizando el Tefilín, el cubo negro de El/Saturno, en su culto religioso. Además, en la religión judía aún se practica la matanza ritual del ganado al estilo satúrnico. El Islam, otra secta derivada del Judaísmo, tiene como su logotipo principal la luna menguante y la estrella, dos símbolos asociados a Saturno-Kronos en el mundo antiguo. Además, su estructura más sagrada, el Kaaba en el centro de la Meca, es el mismo cubo negro satúrnico que el Tefilín judío. El Cristianismo también está lleno de simbolismo satúrnico. De hecho, la práctica de la Santa Cena en las iglesias cristianas es nada más que el simulacro del sacrificio del primogénito del antiguo Culto de Saturno. El supuesto hijo de El-Yahvé es inmolado en la cruz como una ofrenda por los pecados de los creyentes cuyo papel es comer el cuerpo y beber la sangre de su Cristo sacrificado. Es el canibalismo ritual simulado. Recordemos que en la mitología grecorromana Saturno-Kronos era una deidad depravada que devoraba a sus propios hijos. Luego, la cruz cristiana también puede interpretarse como un símbolo de la esclavitud satúrnico puesto que era uno de los símbolos de Saturno-Kronos en la antigüedad y ha servido para subyugar a la humanidad gentil, la descripción del Nuevo Jerusalén en el Libro de Apocalipsis se asemeja bastante al cubo de Saturno y algunos de los sermones alegóricos de Jesús en los Evangelios contienen simbolismo satúrnico como la idea de Yahvé como un segador que cosecha el campo separando el trigo de la cizaña. Recordemos que Saturno-Kronos era considerado una deidad de la agricultura y un segador de la cosecha. En fin, las tres religiones monoteístas dedicadas a Yahvé, a saber el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam, son de hecho cultos cripto-satúrnicos cuyo dios oculto es El/Saturno/Kronos/Anu y por lo tanto son tres herramientas muy poderosas del Sionismo judío.

Yahvé-El-Saturno: El Misterioso Dios Demoníaco de los Illuminati

Mucha gente se desmayaría si supiera quién es el verdadero dios de los Illuminati. ¿Quiénes son los Illuminati? Illuminati es una palabra latina que significa ‘los Iluminados’ y actualmente sirve como un término genérico para referirse a la red de sociedades secretas y hermandades ocultas entrelazadas que ejerce su poder sobre las naciones del mundo de modo subrepticio. Los Illuminati son la élite de la política, la economía y la religión mundiales y el objetivo de su organización clandestina es el monopolio total sobre todas las estructuras del poder de todos los países y el dominio completo sobre el sistema financiero. Se cree que los Illuminati buscan instaurar un solo gobierno mundial, lo que se denomina el ‘Nuevo Orden Mundial’.

¿Cuál es la identidad verdadera de los Iluministas del Nuevo Orden Mundial? Algunas personas piensan que los Illuminati son adoradores de Satanás. Otras piensan que son una camarilla oscura de reptilianos metamórficos. Sin embargo, nosotros debemos alejarnos de toda esa desinformación y ver quiénes son realmente. En la actualidad el pináculo de la sociedad es dominado por la élite de la judería internacional. Curiosamente aquel pueblo pequeño y misterioso de apenas 15 millones de miembros (menos de 0.2% de la población mundial) ha sido la fuerza fundadora de las tres religiones más dominantes en el mundo occidental, ha estado detrás de casi todos los movimientos revolucionarios y radicales de la época moderna, controla la mayoría de la riqueza del planeta y ejerce un tremendo nivel de poder en la palestra política. El Cristianismo, la religión más extendida de la tierra, fue fundado por un grupo de Judíos sionistas vinculado al Gran Sanedrín de Jerusalén (Pablo de Tarso y su maestro Gamaliel). Del mismo modo, el Islam, la segunda gran religión mundial, nació de la misma corriente abrahámica judía. En tiempos modernos el mismo pueblo errante ha estado detrás de la infiltración de la Francmasonería, las revoluciones francesa y rusa, los movimientos comunistas, el fascismo y el Iluminismo. Actualmente el mundo financiero sigue dominado por banqueros judíos corruptos y el país más poderoso del mundo, los Estados Unidos, está comprometido misteriosamente a la causa del estado judío belicista de Israel. En fin, el Nuevo Orden Mundial de los Illuminati es nada más que el Sionismo conspiratorio.

¡La identidad verdadera del Nuevo Orden Mundial es el Judaísmo y su culto satúrnico!

Los élites del orden de los Illuminati son Judíos sionistas cuyo dios es nadie más que el mismo Yahvé/El/Kronos/Saturno (Anu) del Antiguo Testamento. Ellos son los herederos del pacto de su dios y el Nuevo Orden Mundial por lo cual ellos señorearán sobre el mundo entero es el cumplimiento de las promesas bíblicas de Yahvé. Tengamos en cuenta que en realidad la Biblia hebrea es nada más que un cianotipo para el Sionismo judío. Las supuestas Sagradas Escrituras son de hecho un anteproyecto para la dominación mundial judía y una herramienta para alcanzar ese fin siniestro. En fin, los Illuminati no son secuaces del diablo cristiano Satanás o seguidores de una filosofía luciferina oculta como mucha gente quiere hacernos creer; todo ese simbolismo satánico es nada más que una cortina de humo para la ocultación de su verdadera identidad. Los Illuminati son los iniciados de un ignominioso culto satúrnico heredado de la religión original de la Biblia hebrea. Eso quiere decir que el personaje demoníaco al que adoran los Illuminati es una faceta más del mismo dios adorado en las iglesias cristianas, las sinagogas judías y las mezquitas islámicas.

Es evidente que el orden de los Illuminati está estrechamente vinculado al Culto de Saturno. Muchas de las organizaciones de la élite actual están repletas de simbolismo satúrnico como señal de su alianza con su dios oscuro.

La Francmasonería, un gran baluarte del Iluminismo de la élite, es un grupo ocultista basado en la Kabalá judía y cuyo dios anónimo el Gran Arquitecto del Universo es el mismo El-Saturno. Sus símbolos principales incluyen el compás y la escuadra masónicos, la pirámide iluminada, el ojo que todo lo ve acompañado por los rayos solares y el Sello de Salomón entre otros. El secreto de todos éstos es que están ligados al Culto de Saturno. Por ejemplo, con el logotipo del compás y de la escuadra no sólo se puede formar el llamado Sello de Salomón, la estrella judeosatúrnica, sino que también el símbolo se asemeja al sigilo mágico de Saturno. Del mismo modo, la bien conocida pirámide iluminada forma la mitad del mismo Sello de Salomón y cuando se le da la vuelta se ve claramente el símbolo místico del Judaísmo. El ojo que todo lo ve con sus rayos solares brillantes en realidad representa un eclipso solar del planeta Saturno y ha estado asociado a Yahvé desde el medievo, y el Sello de Salomón usado abiertamente en el simbolismo masónico ha sido una imagen propia de El-Saturno desde el tiempo de los Fenicios.

De la misma manera, muchas de las religiones mundiales y las nuevas sectas son esencialmente templos dedicados al Culto de Saturno. Los grupos cristianos tanto católicos como protestantes exhiben un simbolismo que da testimonio de su alianza con el oscuro dios de este mundo. Para empezar, el Sello de Salomón está presente en la arquitectura de muchas capillas y catedrales católicas y en algunas iglesias encontramos el ojo que todo lo ve exhibido descaradamente. Si hablamos de las nuevas sectas cristianas, no es ninguna novedad que los templos de la iglesia mormona están adornados con imágenes del ojo que todo lo ve, el eclipso solar de Saturno, y varios tipos de estrellas ocultas y pentagramas, y la sociedad bíblica de los Testigos de Jehová es famosa por su vergonzosa historia de simbolismo masónico. La Iglesia Adventista del Séptimo Día en particular es una organización interesante, pues no sólo es una secta sabática que rinde culto a su dios en el sábado o el día de Saturno, sino que también se caracteriza por una riqueza de simbolismo esotérico satúrnico. En su logotipo principal se vislumbra la forma de la pirámide, la tierra ocular en el centro y tres anillos que rodean la esfera de la tierra. Este símbolo se asemeja al ojo que todo lo ve. Sin embargo, su simbolismo oculto va mucho más allá de la simple pirámide iluminista. Si volteamos el logotipo y ponemos un pequeño espejo en el centro nos damos cuenta de que el antiguo signo astrológico de Saturno-Kronos se esconde en su diseño. Los Jesuitas, en cambio, exhiben el mismo símbolo astrológico de manera flagrante en algunos de sus logotipos.

Encontramos lo mismo en el simbolismo de los mundos de los negocios y de la política. Es bien sabido que el ojo que todo lo ve y la estrella satúrnica del Judaísmo se encuentran en algunos billetes del dólar estadounidense y los mismos símbolos aparecen en los emblemas de muchas organizaciones gubernamentales. Además, la imagen del planeta Saturno está muy presente en los logotipos de las grandes empresas de la élite global. Por ejemplo, los anillos de Saturno aparecen en los logotipos de Pepsi, Toyota, Boeing, Nike, Samsung, la NASA, Intel, Singtel, Nortel, Alcatel, AOL, Nokia, CBS y muchos más. Todas estas empresas iluministas están aliadas con el oscuro dios de este mundo: El-Saturno/Yahvé/Anu.

Curiosamente en la última década la sonda Cassini descubrió una extrañísima vórtice hexagonal en el polo norte de Saturno, el planeta de El/Yahvé/Anu. Como podemos ver arriba, la vórtice no sólo forma la estrella satúrnica del Judaísmo sino también el cubo negro satúrnico. El dios de los Illuminati, El-Saturno/Yahvé/Anu, el malvado dios de este mundo, ha atrapado nuestra tierra en su red de energía (magia negra kabalística) a través de la vórtice energética de su planeta maligno. El-Yahvé es el dios del Nuevo Orden Mundial.

Reflexiones

Acabamos de ver que el dios de la religión bíblica no es y nunca ha sido un gran padre amoroso como la élite de las religiones ha querido hacernos creer, sino más bien él ha sido una entidad sumamente sádica e inmoral desde el principio. El propio libro sagrado del Judaísmo, la Biblia hebrea, presenta a Yahvé como un monstruo depravado sediento de sangre y un tirano extremadamente cruel y belicoso.

Por lo tanto, el mito de la supuesta benevolencia del dios judeocristiano es nada más que una mentira descarada de los curas, pastores y apologistas cristianos poco honestos y como muchas de las doctrinas eclesiásticas no tiene ningún fundamento en las escrituras bíblicas. De hecho, la misma Biblia dice que el dios hebreo no sólo le ordenaba a su pueblo que le ofreciera sacrificios animales diarios y cometiera actos de genocidio despiadados contra los pueblos no-judíos, sino que también les exigía a los Judíos que inmolaran a sus propios hijos en holocausto y asesinaran a los infantes extranjeros al filo de la espada y luego admitió que él mismo les había dado a los Hebreos estatutos malos a propósito para que sacrificaran a sus propios hijos en el culto jehovítico como un castigo por sus pecados.

El dios de Israel no es un dios de amor; ¡él es una auténtica entidad demoníaca! Eso se comprueba en los mismos textos de la Biblia. Por lo tanto, la enseñanza de que Yahvé es un dios benévolo queda refutada rotundamente y resulta ser nada más que una fantasía ilusa y una mentira piadosa de los ciegos, contumaces y engañosos fanáticos de la religión.

La identidad verdadera de Yahvé también resulta ser una gran sorpresa muy espeluznante. Nuestros estudios demuestran que el dios hebreo Yahvé, cuyo teónimo bíblico es de hecho una abreviatura del epíteto Yahvé Sebaot o ‘él que crea los ejércitos’, es idéntico a la antigua deidad cananea pre-israelita El, un dios sanguinario y belicoso cuyo culto exigía el holocausto de los varones primogénitos y cuyos epítetos comunes incluían El dū yahwī ṣaba’ôt (El que crea los ejércitos) y Padre de los Años igual que el Yahvé bíblico. Lo más escalofriante es que en la antigüedad el mismo El semítico era idéntico a la infame e ignominiosa deidad infanticida Kronos cuyo nombre occidental es Saturno. De hecho, los Judíos siempre han sido adoradores de El-Saturno desde el inicio de su historia y ellos siempre han santificado el día de Shabbathai (Saturno) como parte de su culto. En fin, el Saturnismo siempre ha constituido el meollo esencial de la religión judía.

¿De dónde vino El-Saturno? La conclusión de nuestras investigaciones nos dice que la deidad semítica primigenia El era idéntica al dios del cielo y rey del panteón en la religión sumero-acadia, el malévolo monarca divino Anu, el padre y enemigo encarnado de nuestro benévolo creador Enki. Anu, una deidad misántropa conocida también como el Señor de las Huestes Celestiales, es el mismo El-Saturno y por ende es idéntico al Yahvé bíblico. En la época de los profetas, la élite religiosa judía intentó ocultar la naturaleza satúrnica de su culto; sin embargo, seguiría practicando la misma religión de Saturno a nivel clandestino.

La verdad es que el Judaísmo original siempre ha sido un anteproyecto para el Sionismo o la dominación mundial judía. Los Sionistas del Culto de Saturno son los verdaderos herederos del pacto de su dios El-Yahvé. Ellos son los hijos de la promesa del dios bíblico. Lo que les fue prometido fue el dominio judío sobre todas las naciones. La promesa fue el cumplimiento del Sionismo. Es totalmente ridículo que los Cristianos gentiles cuyas iglesias apoyan la Teología del Reemplazo se crean los herederos del pacto de Yahvé. Sería absurdo creer que Yahvé anuló su pacto original y abandonó a su pueblo judío. Yahvé nunca abandonó a su Pueblo Elegido a favor de los Cristianos; los Cristianos gentiles están bien engañados. ¡El Cristianismo es nada más que un Caballo de Troya judío y una herramienta para la dominación judía! ¡Es una estrategia de infiltración sigilosa por parte de los Judíos sionistas!

Los Cristianos gentiles no son el nuevo pueblo elegido de Yahvé; sólo han caído presos de su juego cruel. Al convertirse al Cristianismo del proto-sionista Pablo de Tarso y sus maestros judíos del Gran Sanedrín de Jerusalén, los gentiles se han sometido a la manipulación de los élites sionistas. Los Cristianos han firmado sus documentos de alistamiento y los marionetistas judíos ya tienen a sus ‘soldados cristianos’. En fin, los Cristianos y los Musulmanes han caído en las garras del auténtico adversario de la humanidad, el malévolo El/Yahvé/Saturno/Anu, el malvado dios de este mundo y dueño de los Illuminati y su nefando Nuevo Orden Mundial.

Referencias

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iiOlyan, S. (1988) Asherah and the Cult of Yahweh in Israel. Atlanta (p. 12, pp. 62-68)

iiiSmith, M.S. (2002) The Early History of God: Yahweh and the Other Deities in Ancient Israel. Michigan (pp. 172-178)

ivDay, J. (2002) Yahweh and the Gods and Goddesses of Canaan. New York (pp. 13-41, 232)

vSmith, M.S. (2003) The Origins of Biblical Monotheism: Israel’s Polytheistic Background and the Ugaritic Texts. New York (pp. 140-141)

viMiller, P.D. (2000) The Religion of Ancient Israel. Westminster (p. 2)

viiOlyan, S. (1988) Asherah and the Cult of Yahweh in Israel. Atlanta (p. 12, pp. 62-68)

viii Smith, M.S. (2009) The Ugaritic Baal Cycle. Leiden (pp. 46; 289)

ixSmith, M.S. (2002) The Early History of God: Yahweh and the Other Deities in Ancient Israel. Michigan (pp. 172-178)

xDay, J. (2002) Yahweh and the Gods and Goddesses of Canaan. New York (p. 18)

xiKramer, S.N. (1998) Sumerian Mythology: Study of Spiritual and Literary Achievement in the Third Millennium B.C. Pennsylvania (pp. 28-29)

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xiiiVan Der Toorn, K. (1996) Family Religion in Babylonia, Ugarit and Israel: Continuity and Changes in the Form of Religious Life. Leiden (p. 159)

xivBlázquez. J.M. (2001) Dioses, mitos y rituales de los semitas occidentales en la antigüedad. (pp. 29-30)

xvStark, T. (2011) The Human Faces of God: What Scripture Reveals When It Gets God Wrong (And Why Inerrancy Tries To Hide It). Oregan (pp. 70-71; 74-76)

xvi Smith, M.S. (2001) The Origins of Biblical Monotheism: Israel’s Polytheistic Background and the Ugaritic Texts. New York (pp. 156-157, 64)

xvii Smith, M.S. (2002) The Early History of God: Yahweh and the Other Deities in Ancient Israel. Michigan (pp. 172-178; 78)

xviiiEvans, J. (1998) The History and Practice of Ancient Astronomy. New York (pp. 8.9)

xixGuiley, R.E. (2009) The Encyclopedia of Demons and Demonology. New York (p. 139)